Si la patria de uno es su infancia, la mía es el barrio de Santa Marina, mi infancia son recuerdos de una plaza que conocí siendo un descampado y un puñado de chalés a su alrededor que, poco a poco, fueron dando paso a edificios con pisos como los de antes. Una plaza, la de los Alféreces, que ha tenido casi una docena de remodelaciones, desde que quitaran aquellos enormes troncos que sujetaban cables eléctricos hasta los modernos juegos infantiles de hoy, pasando por la fuente de cinco puntas que jamás funcionó, la maltratada estatua del conquistador que no descansó hasta que de allí se marchó y los setos que servían de parapeto para escondernos mientras fumábamos un celtas o intentábamos ligar con las chicas de la pandilla.

Mi patria es el barrio de la cabaña del Tío Tom, de la discoteca 2992, de los gusanos de seda en lo que hoy es Saavedra Palmeiro, del Ecovolba (o como diablos se escribiera eso), del Lavomatique, el Moustache o el videoclub extremeño; del aparcamiento en batería, la carnicería Anselmo, los árboles que jamás crecieron lo suficiente, los ultramarinos de los hermanos Godoy o Casa Delgado; de la consulta del ginecólogo Arnao , la pastelería Texas, el bar Niza, el complejo parroquial San José y sus encuentros tras la misa del Gallo o sus inolvidables fiestas de Nochevieja; del colegio General Navarro y las clases de don Jesús (Delgado Valhondo), del semáforo de Correos donde me dejaba mi padre para ir al cole, de los botellines de leche de los americanos en el recreo, de las Josefinas y nuestras escaladas de muros por San José, del instituto Zurbarán y doña María Bourrelier intentando enseñarnos historia de las civilizaciones; de la Estellesa, el Cuartel de Menacho, el cine de verano Santa Marina, la comisaría, las primeras macetas del Kalty, y el carnet de identidad, junto a la Pajarera y la DKV, que traía a los viajeros de La Codosera. El barrio donde el Lord Club, Mervy, Red Jacket o el Caballo Blanco formaban el circuito prohibido y el Candás o el Carmen, en la calle San Isidro, o la Moska, El Golpe o el ZZPaff, que dibujaron nuestras primeras incursiones en el mundo de las copas. La patria de uno: la felicidad de entonces, el recuerdo de la primera vez que mirar a una chica fue otra cosa distinta, la emoción del primer beso, del primer cigarro, de los días tan largos.