Los historiadores, arquitectos y amantes en general del patrimonio histórico-artístico deben sentirse gratamente satisfechos viendo el interés que en los últimos años despierta en gran parte de la sociedad el legado que nos deja la historia.

No hace muchos años cualquier elemento que tuviera que ver con el patrimonio pasaba completamente desapercibido para la mayoría, incluidos los políticos. La rehabilitación de un edificio religioso o de una muralla, o los resultados de unas excavaciones sólo interesaban a unos cuantos.

Afortunadamente el avance de la llamada sociedad del bienestar ha permitido que la mayoría de los que en ella vivimos hayamos adquirido conciencia de todo lo que nos rodea.

En la actualidad el patrimonio es visto, incluso, como parte del valor añadido de una ciudad. Y es que los vestigios del pasado no sólo demuestran y atestiguan la historia de un pueblo, sino que su existencia se rentabiliza sobre todo en términos turísticos.

Así que debe ser por estos y probablemente otros muchos argumentos que nada tienen que ver con la recuperación del patrimonio por lo que las actuaciones que en este ámbito se están acometiendo en Badajoz están levantando tantas pasiones.

Hace mucho tiempo que no veía ánimos tan encendidos y posturas tan radicales en torno a un tema que afecta a la ciudad. Ni la limpieza, ni tan siquiera la crisis económica que, en teoría, son algunos de los principales problemas que sufre Badajoz, han provocado tantos desaires entre las partes implicadas. Pero es entendible. La economía, tarde o temprano, se recuperará; el problema de la limpieza se va a solucionar, pero lo que se haga con respecto al patrimonio quedará ahí para siempre.

El futuro de Badajoz está en nuestro presente y en manos de muy pocos. Es necesaria una gran dosis de responsabilidad y sensatez para dejar a un lado rencillas enconadas y mirar al futuro que le dejaremos a los hijos de nuestros hijos.