Me contaron no hace mucho que, tiempo atrás, un promotor badajocense, de los que no se envuelve en la bandera local -aún por presentar- pero quiere de verdad a su tierra, pensó llevar a cabo un proyecto en un inmueble de la Plaza Alta. El único que todavía queda por falsificar -alguien diría rehabilitar- en aquel marco incomparable. Ignoro, eso no supieron confirmármelo, si ese honrado ciudadano era o no dueño del sitio en cuestión. Me parece, sin embargo, obvio que si no lo era pretendía serlo, mediante compra, claro. Nadie plantea nada sobre propiedad ajena. Al parecer las autoridades municipales estaban, en un principio, de acuerdo y todo iba bien. Los problemas comenzaron cuando se puso de manifiesto que quería hacer antes un estudio arqueológico completo y serio -edificio y subsuelo- y preservar --musealizar-- los restos que apareciesen. Se le indicó al interesado, amablemente, que "nasti de plasti". Que una cosa así no contaría con autorización. ¿Y, cómo es eso, si se quería hacer algo completamente legal? Les explico. El ejemplo de la gestión del patrimonio arqueológico de Mérida, defendible siempre a pesar de sus errores, ha provocado en otros lugares un efecto perverso. En Badajoz, donde la sensibilidad ciudadana es menor y nadie cree en el beneficio turístico de nuestra arqueología, sólo se le ve la parte negativa. Los promotores los primeros.

Si empezamos a tener que excavar bien e, incluso, a conservar los restos, antes de hacer cualquier obra va a pasar como en la imperial ciudad. Solución: nada de Arqueología. Sondeitos en puntos concretos, arqueólogos --o lo que sean-- sumisos o familiares y arreando. Se están cometiendo tropelías. No todo es Alcazaba, Campillo o Baluarte de Santiago. Muchas obras particulares en edificios antiguos aparentan no perjudicar al Patrimonio porque no tocan por debajo del nivel del suelo. ¡Qué falacia! Podría citarles ejemplos, incluso con excavación arqueológica. Por eso no querían consentir el proyecto de la Plaza Alta. Y, al parecer, lo consiguieron. No fuesen a aparecer restos importantes y obligasen a hacer lo mismo siempre. No conviene fiarse de los arqueólogos. Cuando son profesionales de verdad, acaban echando siempre los pies por alto. Esta ciudad está llena de patriotas. Es más, rebosa.