Estoy pensando en el odiado Jar Jar Binks, en Steve Urkel, en Mr. Bean, en la petarda de Briget Jones, en la gritona de Wendy Torrance, en el pirado de Murdock, en el vecino pseudojaponés de Desayuno con diamantes, en el bobalicón de Ted Mosby, casi diez años contándole a sus aburridos hijos cómo conoció a su madre, en el tonto de remate de Wilt, de Tom Sharpe y, en fin, en toda esa recua de inoportunos, cargantes, fastidiosos, molestos y pelmazos que nos asaltan a diario con el único fin de arrebatarnos el poco optimismo que nos queda.

No son seres anónimos sino personajes que nos rodean, nos hablan y conviven con nosotros. Te ven y se paran, se paran y te asaltan, te asaltan y no te dejan seguir la marcha. ¿Los conoces? Sí, son esos que tienen tan mala educación que les preguntas cómo están y van y te lo cuentan. Son esos que se paran en la calle a hablar contigo y, a medida que tú vas girando para despedirte y emprender la marcha, la huida, ellos giran contigo para impedirla.

A veces, incluso se valen de las manos y te agarran el codo. Los mismos que se acercan tanto que puedes oler su pestiloso aliento y recibir sus espontáneos salivazos. Son los mismos que te paran, te miran de los pies a la cabeza y afirman: ¡Estás más delgado! Y ya, cuando el daño está hecho, te rematan: ¿te pasa algo? O, al contrario: ¿has engordado un poco, verdad? O, directamente, son menos sutiles, más agresivos y te sueltan un estás echando barriga, a ver si cuidamos la dieta, o más graciosos todavía: tú eres de los que solo pasas por la puerta del gimnasio, ¿a que sí? Y siguen con tu apariencia: se te ve el cartón, seguido de una carcajada. Tan atrevidos que insisten con el vestuario: esos calcetines son un horror, esa camisa no te pega, tus zapatos son demasiado clásicos, ¿no eres un poco mayor para llevar esos vaqueros?

La verdad es que los pelmazos no descansan nunca de observarnos y recriminarnos y, es tal su cruzada, que olvidan mirarse al espejo y no ven que el pelo también se les cae a ellos, que les asoma por la nariz y las orejas, que sus dientes son amarillos, que sudan como cerdos, que el olor a sobaco les delata, que tienen caspa y, en lo poco que les queda de pelo, grasa, que son un tristes, unos pesados, que sus chistes no tienen gracia y que van por la vida con cara de muertos.