La palabras perdón y gracias son de las primeras que aprendemos cuando somos pequeños y cuánto trabajo nos cuesta reproducirlas cuando nos hacemos mayores. Entre familia o amigos, por exceso de confianza. Y con nuestras parejas, por estupidez y no sé cuántos ridículos complejos que a saber de dónde proceden y por qué, pero que sabemos, sin temor a equivocarnos, a dónde nos van a llevar.

Aquí la primera vez que escuchamos un sonoro perdón, fue el del Rey. Claro que ese perdón, dicho así, en un hospital, recién operado y delante de una triste pared blanca, te rompe el corazón. Pero ni así. Poco tiempo después tuvo que abdicar. Probablemente le faltaron muchos perdones y le sobró mucho tiempo para hacerlo.

Ahora pedir perdón se ha puesto de moda, sobre todo, entre los políticos. Aunque qué poco se aprendió de aquella regia lección. Y si no que se lo pregunten al concejal ex concejal de tráfico del Ayuntamiento de Badajoz, Alberto Astorga. Y mira que él tuvo un ejemplo más cercano en el tiempo, en afinidad política y si me apuran hasta en circunstancias. Pero no. Nos cuesta pedir perdón. Es humano. Y cuando lo hacemos es tan tarde que, como en el caso del amor, puedes escribir el final de la historia sin temor a equivocarte.

El último sonado perdón ha sido el de Rajoy --me temo que no va a ser el último-- por los casos de corrupción que hay en su partido. ¿Llega tarde el acto de constricción del presidente del Gobierno? Las urnas contestarán a esa pregunta. Pero antes habrá que sacar las locales y autonómicas. Y tendremos que votar a concejales y diputados honrados, aunque ahora nos cueste reconocerlos por la calle. Políticos que nunca se enriquecieron de manera ilegal con su trabajo y que en muchos casos se dejan la piel en representar dignamente a quienes les votaron. No sabemos si el perdón de Rajoy llega tarde, pero como dice Monago "pedir perdón no es suficiente", si no se quiere escribir el final antes que se produzca.