THtay palabras que solo al pronunciarlas producen rechazo. Son sobre todo aquellas del género escatológico. Sin embargo hay otras, muy curiosas, que incluso pueden provocar una reacción física incontrolada. Es el caso de la palabra que da título a esta columna y que intentaré citar lo menos posible. ¿A quién no le ha pasado alguna vez que al oír hablar de ese pequeño e indeseable parásito no ha comenzado a sentir un cosquilleo por el cuero cabelludo que le ha obligado a rascarse la cabeza?

Yo no sé qué pensarán de los piojos los estudiosos y amantes de los insectos. Estoy segura que alguna virtud como especie les verán. Sin embargo, deben reconocer que no son los animales que mejor prensa tienen.

Aunque piojos hay en cualquier época del año, tienen razón los farmacéuticos cuando aseguran que con la vuelta al cole, encuentran su mejor caldo de cultivo para campar a sus anchas en las cabezas de los más pequeños. Pero no sólo los niños sufren de esta desagradable presencia. Como bien dice el refranero popular, quien con niños se acuesta ´meao´ amanece, y los padres también somos presa fácil, en estas fechas, de los citados bichos.

Quitarles a los niños los piojos es una tarea además de repugnante, lenta y cara. Primero con el ZZ y después con el Filvit, los piojos sabían que tenían la batalla perdida. Ahora, la amplia gama de productos que te encuentras en la farmacia hacen que te decantes por el más caro pensando que será el más eficaz. Los laboratorios siempre han tenido un sexto sentido para el negocio.

Sin embargo, es sorprendente cómo aún para muchas familias lo más grave no es cómo o cuánto cuesta acabar con los piojos, sino la vergüenza social que les provoca reconocer que los padecen. Existen muchos tabúes en torno a los piojos. Y ése es uno de los problemas que hoy se producen en los colegios. Todos deberíamos saber ya que estos bichos no entienden de clases sociales ni de cabelleras limpias; y que se perpetúan, eso sí, cuando no se les combate a tiempo.