Transitar por Menacho en los tramos ya terminados resulta un agradable paseo. Puedes ver escaparates, entrar y salir de las tiendas sin preocuparte por los coches. Antes íbamos los peatones apretujados por las aceras, bajando y subiendo para dejar paso a quienes caminaban en sentido contrario, cruzando la calle entre todo tipo de vehículos. Era incómodo, ahora es placentero. Me gusta el resultado de las obras. Ha cambiado la fisonomía de esta calle, estaba envejecida y ha despertado a una nueva juventud sin renegar de su pasado. Y los árboles, considerados por la Asociación de Comerciantes como un capricho del redactor del proyecto, le proporcionan encanto.

Paseaba tranquila y sin problemas con el tráfico. Estaría bien dejarla entera peatonal aunque ese no sea el concepto de plataforma única que nace para la convivencia de vehículos y transeúntes. Asunto polémico, de posiciones encontradas, pero creo que la tranquilidad del peatón, que acaba de tomar posesión de esta calle tras años de luchar por su espacio, se vería comprometida si coches, motos y furgonetas volvieran a circular por Menacho. Hace ya varios meses que los conductores utilizamos rutas alternativas y, yo por lo menos, me he acostumbrado. Dejemos esta zona al margen de ruidos y libre de la impaciencia de cuantos nos sentamos al volante, también a nosotros nos gusta, cuando aparcamos --esta es otra cuestión-- convertirnos en descuidados paseantes.

Me gusta como ha quedado. También me gusta el nuevo aspecto de la calle del Obispo, con sus hileras de árboles y farolas que dan un toque glamuroso a este paso que, en mi opinión, siempre pecó de triste y serio. Y situada como estoy ahora en esta calle, pido a los conductores --a mí la primera-- que en las prisas por hacer una gestión rápida y ante la dificultad de encontrar aparcamiento para un minuto , no dejen el vehículo en el hueco entre los árboles. Yo no he sido testigo, pero otros lo han visto.