THtay cosas que no comprendo. El otro día tomaba una caña mientras en la televisión transmitían una partida de póker. Aunque supongo que es habitual, era la primera vez que lo veía. No me pareció que este juego de cartas fuera un deporte. Siempre lo he asociado a veladas entre amigos, casinos y a timbas con fuertes apuestas en barcos de grandes ruedas recorriendo el Misisipi; truhanes con chalecos adamascados y pistolas escondidas. Pero no, parece que es considerado un deporte digno de ser ofrecido a los espectadores. Pregunté a los hombres de la cuadrilla, como a los compañeros de copas se les llama a orillas del Cantábrico donde me encuentro, y discutimos sobre el asunto. "Es un juego de envite y engaño" me explicaban. Nada nuevo, ya lo sabía. A fin de cuentas, pensaba yo, un juego de farol poniendo cara de eso, de póker, para engañar al contrario. Seguí dándole vueltas al asunto. Engañar al otro mientras le miras de frente, a los ojos. La mirada falsa que el adversario trata de escrutar para desentrañar lo que esconde. Sé poco del póker, solo lo justo para descartarme y pedir cartas, pero las veces que he participado en una partida, y por supuesto perdido, no me ha parecido que sea un juego de estrategia como el ajedrez o el humilde cinquillo. Junté todos esos conceptos: engaño, falsa mirada y juego de farol o jactancia. Asociación de ideas que me llevaron a pensar en la política. Juego de envite, engaño y miradas inescrutables en el que la apuesta es el poder. Quizás, algún día, veamos en EuroSport mítines y campañas electorales. Unas partidas que, al otro lado de la pantalla, ganaremos los espectadores porque, a fuerza de contemplarlos, hemos conseguido desentrañar sus miradas y descubrirles el farol y, ya se sabe, las deudas de juego son deudas de honor y hay que pagarlas. Es posible que así consigamos que cubran sus apuestas.