La Policía Nacional ha clausurado en el último año hasta 11 fumaderos en viviendas de la ciudad donde, además de traficar con droga, muchos de los clientes consumían las sustancias estupefacientes que adquirían a los inquilinos. En estas operaciones, los agentes han detenido a 22 personas y se han incautado de heroína (353,7 gramos), cocaína (79,8 gramos), hachís (75 gramos), sustancias de corte (700 gramos), rebujito (53 papelinas), así como dos armas de fuego y casi 4.900 euros.

La mayoría de estos fumaderos se han localizado en casas del entorno de la plaza Alta y en Los Colorines. Fue en este barrio, en concreto en la calle Gabriel Peláez, donde el pasado 7 de abril funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía clausuraron el último fumadero hasta el momento y detuvieron a una mujer por un presunto delito contra la salud pública tras incautarle 10 gramos de heroína y dos de cocaína. En actuaciones anteriores, los agentes han cerrado otros en las calles Costanilla, Sabaleta, Afligidos, Brocense, Juan María Robles Febre, dos en San Lorenzo y otros tantos en la plaza Toto Estirado.

Según explica Juan Manuel de la Cruz, responsable del gabinete de prensa de la Policía Nacional, es cada día más frecuente que los traficantes de droga a pequeña escala, que normalmente se dedican a la venta de cocaína y heroína "de muy baja calidad", cuenten en los domicilios donde la suministran con habitáculos destinados al consumo de las mismas, con el objetivo de dificultar la labor policial en la prevención del tráfico de drogas.

Estas estancias, llamadas fumaderos por los crack house que proliferaron en la década de los 80 en Estados Unidos, son una habitación de la propia vivienda, desde la que no suele haber acceso a la misma y en la que además de la puerta de entrada, es habitual hacer un agujero en la pared a modo de ventana por donde el traficante suministra la droga a su cliente para que la consuma en este mismo lugar.

Estos agujeros normalmente están protegidos por rejas y la puerta del fumadero, que puede dar a la vía pública o a otra estancia de la casa, se suele reforzar con planchas de acero, cerrojos de grandes dimensiones, marcos reforzados y que se abren al exterior, según ha podido comprobar la policía en las distintas actuaciones. Con estas medidas de seguridad, tanto separar el fumadero del resto de la casa como reforzar su entrada, los traficantes pretenden, por un lado, impedir la acción policial y, por otro, evitar que los politoxicómanos tengan acceso al resto de la droga que haya en la casa.

En muchos casos en estos fumaderos, según De la Cruz, apenas hay "una mesa de plástico y tres o cuatro sillas", además de un rollo de papel de aluminio o botellas de plástico usadas para el consumo de drogas, pero en alguna ocasión se han encontrado habitáculos provistos de sofás y hasta televisor "donde los clientes permanecen un periodo de tiempo más amplio y con lo que los traficantes buscan que consuman más y obtener así un mayor beneficio".