TEtsta semana se han hecho un lío con la palabra guerra. Para algún afamado prócer el significado del vocablo difiere de lo que usted o yo pensemos y por tanto su empleo resulta errático, hasta enigmático. La guerra es paz, la guerra es alivio, la guerra es. Y ahí llego, a la cultura. Porque si el significado de guerra --palabra bisílaba, fácil de pronunciar, sonora, elegante en su dicción-- se propone difuso, qué no harán con el concepto asociado al término cultura --tres sílabas, pronunciación suave, sonido tímido, como intentando pasar desapercibida--. La voz acoge la polisemia --significados distintos-- mayor de la que es capaz una palabra. Estos días, al autor de los grillos de Cáceres le han obligado a cerrar la puerta de su instalación y a ocultar tras ella a cinco mil insectos cantarines. Dicen los ínclitos veladores de nuestra cultura que era mal gusto y que los pobres ortópteros son animales salvajes en cautividad sin posibilidad de huir, sometidos a maltrato, nada que ver con lo que propone el autor, quien defiende su obra como evidente acto cultural. Tal rango, en cambio, sí le otorgan los mismos ínclitos veladores de nuestra cultura a esa colección de macabros cadáveres animales reunidos para ser observados en la vigésima feria de la caza de Badajoz. Un oso con ojos de cristal, bastantes cuernos arrancados de lo que fueron cabezas, una triste jirafa que gozó una vez de la vida en la Sabana, el resto de un paquidermo que encontró la muerte porque un cazador lo quiso. Quietos, taxidermizados, expuestos en cautividad, sin posibilidad de huir, sometidos al maltrato durante su persecución y agonía. Y nadie cierra la puerta. Al contrario, la abren con gran jolgorio y satisfacción en nombre de la cultura para decir que la caza, además de tradición, es cultura. Que las cacerías son actos culturales y los muertos en ellas, también. No pienso ir a verles, como no fui a ver grillos. Dudo también en ir a Mira el Guadiana, porque, ¿la policía es cultura?