Le llaman Predicador pero no es ni el Clint Eastwood de El jinete pálido --aunque cita la Biblia y el Apocalipsis es su tema preferido-- ni el Robert Mitchum de La noche del cazador --aunque tiene maneras si no de psicópata sí de algo desubicado en la vida por aquello de su eterna convivencia con el amor y el odio hacia las personas- ni el Jesse Custer del cómic creado por Garth Ennis y Steve Dillon --aunque la misión de encontrar a Dios forme parte de su experiencia vital, a juzgar por los sermones que nos endiña a diario-.

Es un tipo peculiar que un día llegó a Badajoz prácticamente con lo puesto, se instaló por las calles del casco antiguo e imparte su doctrina con voz atronadora en cualquier esquina. Le he observado detenidamente durante semanas, he escuchado sus proclamas y he estudiado cada gesto, tanto cuando está desatado como cuando se tranquiliza y decide tomarse un café. Tiene perfil en Facebook (PertePa Ramírez), donde tiene amigos y el personal le comenta los textos, incoherentes y surrealistas, que tiene tiempo de publicar, supongo que desde los ordenadores de la Facultad en la Alcazaba, donde pasa buena parte de sus días. Cuando no usa internet, se pasea por la ciudad, con su barba con canas y su mundo a la espalda. Su paso es firme hasta que frente a unos veladores, en un cruce de calles o ante un nutrido grupo de personas decide echarse unas coplas, venirse arriba con un debate o, lo mejor de todo, anunciarnos el fin del mundo, exigirnos que nos arrepintamos, aconsejarnos que leamos la Biblia o, cuando llueve, por ejemplo, que no le tengamos miedo a la lluvia porque su agua purificará nuestras vidas. El día que, mirándome a los ojos, sí, también canta por Perales, me dijo aquello de que me preparara porque el apocalipsis estaba al caer, he de reconocer que me jiñé. Me lo dijo con tal poder de convicción que le creí. Luego, ya, cuando se pone a dar el tostón, se le pierde el interés y se convierte en un pesado de tomo y lomo que solo se calla cuando se da cuenta de que ya no le observa ni escucha nadie. Acomplejado, le envidio su voz torrencial, su estupenda mata de pelo, la salud de hierro que aparenta, su capacidad para hacer amigos, su forma de caminar sin miedo, algunas de las verdades del barquero que predica o, incluso, su fe del carbonero. Eso de llevarlo todo en una mochila, comer donde las monjas y tener la cabeza perdida probablemente le haga más feliz porque igual es lo que ha elegido pero no hay red social que acompañe lo suficiente y convierta en plenas nuestras vidas.