La denuncia pública realizada por la Asociación de la Prensa de Madrid sobre las presiones, e incluso, «amenazas» que dicen estar recibiendo un grupo de periodistas desde las filas de Podemos, ha reabierto un viejo y, a la vez, importante debate sobre la función del periodismo e, incluso, de las Asociaciones de la Prensa.

Y lo hace, además, en un momento muy delicado en la situación política que vive en la actualidad este país.

De ahí, entiendo yo, el interés que este tema ha suscitado no sólo entre los propios periodistas, que ya estamos curados de espanto, sino en el resto de la sociedad.

No son pocos los que te preguntan estos días sobre nuestro trabajo y la relación con la política, a raíz de la denuncia de la APM. Se lo imaginaban. Pero nunca habían escuchado con tanta crudeza. Al igual, porque las presiones a los periodistas nunca se habían hecho públicas.

Pero haberlas ahílas. Las habido. Y las habrá. Y créanme que van desde las más sibilinas y casi imperceptibles, hasta las más burdas y evidentes. Y ningún partido político está en condiciones de poder arrojar la primera piedra.

Sin embargo la simplificación del «estás conmigo o contra mi» ha llegado en los últimos años a unos límites insoportables.

Los numerosos casos de corrupción que se están juzgando en este país y la falta de mayorías absolutas, en la mayoría de las administraciones, ha puesto muy nerviosos a más de uno.

No es fácil revertir la situación. Y más cuando la independencia de los medios de comunicación se mide en euros y muchos de ellos proceden de las administraciones públicas.

Por eso es importante el papel de las Asociaciones de la Prensa en la defensa del colectivo y de la justicia para determinar en qué casos se produce un delito.