Arqueólogo

Cada vez que paso por la calle Prim se me abren las carnes. La destrucción de esa parte del caserío, en beneficio de no se qué, me parece una salvajada sin paliativos. No entiendo cómo esta ciudad se calla. A veces se organizan tempestades en vasos de agua por cuestiones bufas, acuérdense con las barandillas del Puente Viejo, y ahora nadie dice ni pío.

Lo tremendo es que el derribo se ha llevado a cabo según un procedimiento plenamente regular, con su plazo de alegaciones y todo. Vamos, que es legal. Pero, no me resigno a quedarme callado. Es cierto que lo derribado no valía arquitectónicamente mucho, pero era un testimonio del tejido urbano de la ciudad moderna. Cada vez queda menos del casco original de Badajoz y todo el mundo está tranquilo.

La estructura interna de Badajoz tenía una gran lógica y, de San Juan hacia abajo, presentaba unas características muy nítidas y, un parentesco claro con ciudades fundadas por la Corona española en América. Todavía quedan zonas intactas, pero los solares de Prim han provocado un desgarro de difícil asimilación intelectual.

La defensa del patrimonio no pasa sólo por gritar cuando se daña a monumentos declarados. También el urbanismo histórico debe protegerse en sus rasgos principales. ¿Dónde están los defensores de la ciudad y sus esencias? ¿Eran más importantes las barandillas del puente Viejo que las manzanas de la calle Prim? Nadie va a decir nada. Créanme, a veces no entiendo a esta ciudad. Será que soy de fuera, como la mayoría de ustedes, amigos lectores.