El escándalo de las tarjetas opacas o tarjetas black (según el snobismo imperante) está sacando lo peor de nosotros mismos. Una amiga me decía hace unos días que creía que los españoles habíamos llegado ya al límite de nuestra capacidad de indignación y repudio. Sin embargo comprobaba como a medida que se van conociendo nuevas formas de corrupción, resulta cada vez más vomitivo e insoportable.

Y lo suscribo desde la primera a última letra. Porque lo peor de las famosas tarjetas de la vergüenza, no es la cuantía que se han gastado, ni si lo hicieron en putas o alcohol. Esos datos solo sirven para la crónica rosa que tanto nos gusta. Para algunos, imaginar y fantasear con Rodrigo Rato en esas circunstancias no tiene precio. Pero lo que realmente indigna al personal de ese gasto ilegal, abusivo y descarado es que se haya producido en el sector financiero. A ese que entre todos tuvimos que rescatar teniéndonos por ello que apretar un poco más el cinturón. Y después de que fue el sector financiero el que nos metió a todos poco a poco en una trampa sin salida.

Siempre que aparece un escándalo relacionado con bancos o Cajas, tendemos a socializar las culpas de lo que supuso para este país vivir por encima de sus posibilidades.

Es cierto que todos participamos de la alegría de una época en la que la burbuja inmobiliaria hacia estragos entre la gente más joven y sin formación que inconsciente consumía a la vez que activaban nuestra economía.

Pero fue justo de esa inconsciencia de la que se aprovechó un sector perfectamente estructurado y con responsabilidades sobre nuestro futuro económico Las responsabilidades son diferentes, por tanto no pueden ser compartidas.

Ahora parece que el caso del uso indebido de las tarjetas era bastante más generalizado de lo que parecía. Saldrán más nombres y cargos. Y quien sabe si alguno nos tocará más de cerca. Será como sufrir una enfermedad en un familiar o amigo. Así qué le diré a mi amiga que vaya preparando el Primperán y en grandes dosis.