Pónganse en la piel de los padres que tienen que elegir el centro educativo en el que serán escolarizados sus hijos el próximo curso. Resulta que en el colegio público más cercano, el que les pertenece por ubicación de la vivienda familiar, el espacio dedicado a los niños más pequeños, con edades entre 3 y 5 años, está situado en un antiguo almacén reconvertido «provisionalmente» en aulas, con los techos de uralita, clases diminutas, pasillos con goteras y cuartos de baño sin puertas. Las paredes están decoradas con motivos infantiles porque un grupo de madres se ofreció a adecentar el lugar donde sus hijos pasarían muchas horas. Seguramente, no sería ése el colegio que querrían para su prole.

En esa situación está desde el curso del 2012/2013 el colegio Cerro de Reyes, en la barriada del mismo nombre, donde los niños nacen y crecen con los mismos derechos e ilusiones que en el resto de Badajoz. Se supone que si una Administración define una solución como «provisional» es porque tiene la certeza de que en un breve intervalo de tiempo se va a habilitar un espacio «definitivo» que reúna las condiciones adecuadas. Precisamente por tratarse de niños -muy pequeños además- los requisitos que deben reunir estas aulas deben ser especialmente estrictos.

Pues más de seis años llevan siendo provisionales. Se habilitaron durante un verano, en las semanas que transcurren desde que termina un curso y comienza el siguiente, con lo cual a la Consejería de Educación no le dio tiempo a ofrecer un lugar más digno para los niños más pequeños de este entorno. Era una solución momentánea para poner remedio urgente a un problema que se venía denunciando tiempo atrás. De hecho, en el curso 2009/2010 se aprobó la construcción del nuevo aulario, aunque en aquel momento, según los afectados, no se liberaron fondos. Las aulas de la etapa Infantil estaban ubicadas en un edificio anexo al inmueble principal, comunicados ambos por un patio. Este edificio empezó a presentar defectos insalvables que suponían un riesgo evidente. Fue clausurado en el curso 2011/2012 y sus inquilinos trasladados el curso siguiente. Padres y niños confiaron en que pronto serían reubicados en un lugar definitivo en mejores condiciones. Tampoco la consejería acometió el derribo del edificio antiguo, que sirve de cobijo para gente ajena al centro hasta transformarlo en una sombra siniestra, situada a pocos metros del colegio principal. Si no se derriba pronto, se caerá por el propio peso del abandono.

No llegaban a una docena los padres que se manifestaron la semana pasada a las puertas del colegio, bajo la lluvia. Serían pocos pero sus razones son tan contundentes que no se pueden medir por el volumen de sus quejas. Con uno que se hubiese concentrado y expuesto los motivos bastaría para entender su malestar. A pesar de que les sobran motivos para la rabia y el enfado, lo único que hicieron fue intentar transmitir a quienes los escuchábamos las malas condiciones en las que están sus pequeños, en un lugar que no invita a pasar, ni a los niños, ni a nadie. Cuentan que la Junta les aseguró que sería para un año y están a punto de cumplirse seis. Los padres están cansados de esperar, aunque ni siguiera ya confían en que se les escuche, porque la consejería sigue sin darles una fecha concreta para la construcción de las nuevas aulas y el derribo del viejo edificio. El proyecto está y también el dinero. Alguien debió en su día firmar el recorte de este gasto ya previsto. Alguien debe firmar ya que estas obras comiencen.