Pasó. Cinco miembros de la Brigada de Extremadura XI de Bótoa resultaron heridos en un atentado con bomba en Irak. Los cinco, tres de ellos extremeños --dos de Badajoz--, se recuperan; cuatro prácticamente del todo y uno será repatriado, no sabemos aún la fecha exacta, ni si vendrá a la ciudad o irá al Hospital de Defensa, en Madrid.

Podemos darnos con un canto en los dientes porque el resultado, ya saben, podría haber sido otro. Y por mucho que desde altas instancias, el propio Presidente del Gobierno --de los españoles que le votaron, pues renunció a serlo de todos hace tiempo, ejemplo que ha cundido hasta en ayuntamientos que gobierna el PP--, se intenten acallar a morterazos y arengas las críticas a los temidos acontecimientos, la responsabilidad por estos heridos, y por la muerte de otros 11 españoles, es del mismo presidente que ha creado una fea escuela de odio, agresividad y desdén.

Salió diciendo que los que se oponen a la guerra se alegrarían de que hubiese muertos. Era un claro ejercicio de lo que en psiquiatría llaman proyeccción: poner en otro lo que se teme de uno mismo. Ha estado a punto de ocurrir lo peor y la respuesta es la que se puede esperar de alguien que llega a gobernar sólo para presumir de amistades, aunque sean peligrosas.