He leído con fruición la entrevista que le ha hecho en este periódico Miguel Ángel Muñoz al gran Rafa Angulo. Hay mucha experiencia, sabiduría e inteligencia en la persona, el amigo, el compañero y el periodista pero no tanto por sus 60 años de edad, que también, sino por su capacidad para absorber el conocimiento, dosificar el talento y repartir la bondad. Rafa Angulo es un periodista de los que dejan huella, tanto por su trabajo como por su forma de ser, sin aspavientos, sin levantar la voz. Y esto, que podría ser mal interpretado por quienes creen que el periodismo es solo contestación, recovecos, malas artes y permanente cara de vinagre, es la auténtica revolución de una profesión que se dignifica más desde el trabajo bien hecho, el respeto y la honestidad que desde el grito, las medias verdades o el interés personal.

Rafa Angulo ha sido y es un profesional de los de toda la vida, amante de la libertad y defensor a ultranza de la lealtad, un tipo recto y cabal, generoso y trabajador, simpático y de principios que me recuerda tanto a Santiago Castelo, amigo común y periodista de referencia, que no dejo de pensar por qué las nuevas generaciones no incluyen en su formación un repaso a las biografías de tantos que nos han precedido y dignificaron con su ejemplo la profesión. Rafa ha tenido la singular virtud de trabajar con unos y con otros, con gentes de derechas, de izquierdas y de centro, creyentes y agnósticos, del Barça y del Madrid, del Badajoz y del Mérida, y jamás le he oído una mala palabra ni le he visto una mala acción más allá de lo que todos compartimos con él: que con estos bueyes hay que arar. Pocos como él en la geografía periodística extremeña, de fuertes convicciones religiosas que comparte sin ambages y con sólidas ideas que refuerzan su actitud ante la vida.

En la entrevista referida, me quedo con su fino análisis de la política y la comunicación, con su amor por el periodismo de proximidad, con su pragmatismo militante y, sobre todo, con su reproche a la política en general por ideologizar y meter nuestra intimidad casi en el centro del debate partidista. Como él dice, hay cosas de las que la gente no habla en los bares o en las tertulias y otras, las que realmente nos preocupan, que se medio abandonan (esto lo digo yo) para distraernos con los fuegos de artificio.