Cuando el ramadán se vive en un país de mayoría musulmana es toda una experiencia. Pudiendo integrarse puede ser magnífica. Porque en las ciudades y en los pueblos grandes, después de la primera comida del día se respira un ambiente de fiesta difícil de describir. Abren las tiendas y la gente sale a la calle a comprar. Los mercados son un jolgorio. Todo lleno de luces y de gente. Es un ambiente parecido al de los mercados centrales españoles la víspera de Nochebuena o de Navidad. Si no tienes la suerte de participar en la cena de una familia difícilmente se puede llegar a comprender el fenómeno y participar en la fiesta. He celebrado el ramadán en varias capitales árabes y me resulta difícil decidirme por una. Pero, si me apuran y me hacen elegir, me quedaría con El Cairo, ese disparate de ciudad. A pesar del ruido continuo, de la contaminación, de las masas de gente por todas partes, la capital de Egipto rebosa vida por los cuatro costados y uno de los espectáculos a no perderse son los zocos nocturnos en los barrios populares. El ramadán solo tiene un peligro, ya les advierto. Si les invitan a cenar ándense con cuidado y no se lancen a comer en exceso de lo primero que les sirvan -en Marruecos esto es una advertencia seria; no una broma-. Llegará una serie interminable de platos, siempre ignota, y los anfitriones, en el afán de agradarles, les harán comer hasta la extenuación. El que avisa no es traidor. Esos yantares demuestran hasta qué punto puede ser refinada una cultura. No todo es cuscús ni shauerma. Y los dulces con que suelen rematarse, de alfóncigo o almendra, son palabras mayores. Y si quieren recibir una impresión de escala superior acudan a la musalla -léase musal-la- de la ciudad donde estén. Una gran explanada vacía que se adecenta para la ocasión. Es como una mezquita al aire libre, a la que acude todo el que puede. Y esto en la oración del mediodía del Aid al-Fitr. Comprenderán muchas cosas del islam y quizás a respetarlo en su dimensión comunitaria. En Batalyaws todo eso sucedía en la Edad Media. También se ayunaba y se llamaba a la oración desde el alminar de la aljama, hoy San Agustín. ¿Dónde estaba la musalla? ¿Acaso donde ahora el Campillo?.