Los rastros se usan para saber que algo ocurrió. Los buscan los investigadores y detectives. Si son huellas de plantígrados, lo probable es que se deban al paso de un oso. Si son ruinas, alguien datará su existencia para demostrar quiénes levantaron el edificio. Los acontecimientos también dejan rastro. Las elecciones, a los políticos ganadores colocados. La selección para sede olímpica o de la cultura de una ciudad --parece, hermana Cáceres, que el entusiasmo como arma principal no es suficiente-- permitirá construir estadios, teatros, rotondas, que permanecerán. Aquel apagón inmenso en Nueva York trajo su estela nueve meses después, cuando nacieron un montón de neoyorquinos. Así que ando buscando el rastro de la huelga por ahí, pertrechada de lupa, aguzando el olfato, y poco encuentro. Una foto de Cándido abrazando a la De la Vega , tan contentos el día siguiente, compartiendo algo que el día anterior se nos escapaba, que quedará para recordar en próximas ocasiones quién es amigo de quién, y nada más. Me contaron que entre los miles --¿o son millones?-- de chinos que colonizan nuestros comercios y naves sí cundió el llamamiento, tal vez más por evitar visitantes poco deseables como piquetes o policías en el negocio que por compromiso sindical, pero cerraron. Lo preocupante es reflexionar sobre dilucidar a qué dedicaron el día los asiáticos, ellos que están entrenados para trabajar de sol naciente a sol naciente todos los días del año, encontrándose de pronto con 24 horas de asueto. Imaginen por un momento que dedicaran el rato a la misma actividad a la que se entregaron los neoyorquinos aquel día de 1965. Si así fuera, en nueve meses tendremos el rastro vivito y coleando del pasado 29S. Bastará con recorrer maternidades y hacer recuento de chinitos españoles recién nacidos. Puede que no guste tener una multiplicación excesiva de estas características en tu ciudad. Piensa en lo positivo: sustentarán las pensiones de mañana. ¿Y no era esa una de las vindicaciones?