Aquel tiempo... nos deshizo. Miro hacia atrás. Restos, vida quemada, nada. Historia: escoria. Así reflejaba Ángel González, descreído, decepcionado, por el pasado, que desde la vejez se recuerda, como un músculo dolorido, resabiado, acre: La ceniza de un sueño. Sonrojaremos a los que vengan o simplemente éstos también sucumbirán bajo el peso de la comodidad, de la más cruel de las desidias? La excusa revestida de estadística es la imposibilidad de sostener a lo que se califica como marea humana, despojándola de biografías, como si una masa viscosa que se expande sin límite, y sobre todo anónima, llegara a las orillas. El petróleo en la guerra del golfo. De tan ingente la tarea se vuelve inmóvil el que puede, al menos, aliviar su causa. Las medidas de los gobiernos, no son más que aquel cormorán con las alas inútiles, la fotografía ficticia colocada para convertirse en portada. Los muros se publicitan y se levantan, no solo al otro lado del océano. Los que existen no se derriban, en el Sáhara, en Arabia Saudí, en Corea. Las normas blindan los obstáculos y nada parece tener remedio. Se equivocaba el poeta. La historia se encarga de decirle que su memoria le traicionó, emborronada como una catarata. Echemos la vista atrás y observemos cómo siempre han existido desplazamientos migratorios como consecuencia de limpiezas étnicas, guerras, persecuciones políticas o religiosas, y han provocado desesperanza, dolor, soledad infinitas. Pero también siempre han existido individuos, invisibles, que la han sofocado, que han arremetido contra ellas. Arístides de Sousa, cónsul de Portugal en Burdeos, salvó a casi 40.000 refugiados de los nazis, ente ellos a Dalí. Neruda fletó un barco desde Francia a Valparaíso para que más de 2.000 refugiados españoles se pusieran a salvo… Cuando llegaron, los periódicos criticaban la acogida, «la locura de brindar hospitalidad a quienes nunca querrán convertirse en seres útiles y provechosos». La historia se repite. Es el mantra que acongoja al constatarse cada día una guerra nueva u otra que no cesa. Pero también es el rosario, que desgranándose, nos regala entre oraciones un nuevo misterio: La fuerza del hombre, su resistencia al sufrimiento, la capacidad de ayudar y ponerse en riesgo por los demás.