Las relaciones de Soult, que llegó a mariscal a los 35 años (1804), con Napoleón fueron complejas. El emperador siempre lo tuvo en gran consideración pero, quizás, por la irracional envidia de algunos grandes hombres o por miedo a su ambición y a sus capacidades, siempre le dio un trato que produjo no pocas amarguras al mariscal. Una de las más sonadas fue la de su nombramiento como duque de Dalmacia, territorio carente de significado en la vida de Soult. El hubiera querido ser duque de Austerlitz, tras su decisiva intervención, reconocida por el propio Napoleón, en la victoria francesa sobre austriacos y prusianos.

Pero Napoleón no estaba dispuesto a compartir con nadie los laureles de aquel triunfo. Además, el ducado, fuera cual fuese su nombre, conllevaba una cuantiosísima dotación económica ...

Lo cierto es que cada vez que el emperador francés se hallaba en una situación comprometida acababa llamando a Soult a su lado. Así ocurrió cuando, durante el llamado Imperio de los Cien Días, el enfrentamiento con sus enemigos --Waterloo- se hacía inminente y, en lo que más nos interesa, en la campaña de España. La difícil situación provocada por la derrota de Bailén y la evacuación de Madrid obligó al propio Bonaparte a acudir aquí en persona. Inmediatamente trajo a su lado al mariscal. Lo cuenta éste en sus extraordinarias memorias: "Usted conoce, me dijo, la infame capitulación de Dupont. Es una afrenta para mis armas y he de obtener una venganza contundente (...), quiero acabar con esta guerra. ¡De estar mejor dirigida se habría concluido hace mucho! Pero yo no estaba. La ha dirigido la incapacidad y la cobardía más patente ha convertido la campaña en desastrosa". Por eso recurrió a Soult, aunque nunca lo reconociese de un modo patente.