TDtías pasados, cuando comenzaron los trabajos en la rotonda de San Atón, donde se levantará el monumento a Godoy , dimos en discutir un grupo de amigos sobre la conveniencia del traslado de sus restos a esta ciudad a la que no sabemos si deseaba volver para su eterno descanso. "A cuenta de qué ese empeño en trasladar polvo y unos cuantos huesos", decía un tertuliano. "Los restos están en París, en un hermoso cementerio y rodeado de otros restos ilustres como los de Chopin, Oscar Wilde o Balzac , no es mal sitio ni mala compañía" decía otro mientras un tercero argumentaba que mejor tener los restos aquí entre sus paisanos y no entre los franceses que nada le dieron.

Yo asistía callada a este debate. Sinceramente no tengo una opinión formada al respecto, o mejor dicho, igual me da que traigan o no sus huesos si es que aún queda alguno, pero lo que no me parece bien es que los saquen de un lugar tranquilo para meterlos en una rotonda, en mitad de la ciudad, envuelta por el tráfico. El lugar está bien para el monumento, pero no para albergar los restos, ni de Godoy ni de nadie. En este punto todos estuvimos de acuerdo, a ninguno nos gustaba la idea de acabar con nuestros despojos en una isla verde en mitad del asfalto, con el ruido de motos y coches, algún que otro ulular de sirenas e incluso, una vez al año, el continuo retumbar de los tambores del carnaval y, hasta es más que posible, con más de un participante en la fiesta pisoteando la tierra bajo la que se encuentran los huesos que hoy nos sostienen. Definitivamente, no nos parecía un lugar adecuado para enterrar los restos de nadie, porque de eso se trata en definitiva, de un enterramiento, y además como si fuera un ornamento más de la ciudad.

Que traigan sus restos ya que lo han decidido, al fin y al cabo aquí nació, en la calle Santa Lucía, pero que los entierren en otro lugar, más tranquilo, aunque se aleje del espacio que ocupó el seminario donde estudió.