No basta con ir al azud del Guadiana para comprobar que, temporalmente, no existe. No basta con acercarse a la zona del antiguo embarcadero y descubrir que las aguas del río han cubierto parte del paseo y se aproximan, peligrosamente, a límites desconocidos. No basta con darse una vuelta por el puente viejo en busca de gatos asilvestrados que han quedado atrapados en ninguna parte. El turismo de lluvia que ha encandilado a los badajocenses en las últimas semanas y los ha echado a la calle y al río para comprobar que está lloviendo como nunca se está tornando en una desazón, en un hastío que comienza a rondar los territorios de la apatía cuando no de la depresión.

Está lloviendo a mares. El otoño, el invierno, está durando demasiado. La lluvia ya no es divertida. Tampoco lo va siendo ya ir a ver el río. El Guadiana y sus afluentes empiezan a dar miedo, originan problemas en viviendas, a familias, en infraestructuras y provocan aislamiento, nerviosismo y miedo. Demasiada agua para una ciudad, para una gente que está acostumbrada al calor de fuego, a los días de sol eterno, a las largas tardes de primavera y verano. Una especie de melancolía nos ha sumido en parajes emocionales poco frecuentados por las gentes del sur y que generan estados de ánimo que nos pillan indefensos. Estar siempre buscando refugio no es innato. Los seres humanos, aun no pudiendo volar físicamente, tenemos vocación de volar libres y volar alto. Escondernos en las cuevas de nuestros domicilios, aguardar durante horas a que deje de llover, calarnos hasta los huesos, estar siempre encerrados no fomenta, precisamente, ni la comunicación ni las relaciones sociales. Al contrario, nos invade una profunda tristeza, una elocuente falta de energía, cierta irritabilidad, exceso de sueño, dolor de cabeza y otros síntomas que con el buen tiempo ni aparecían.

Se habla del Seasonal Affective Disorder (SAD), el Síndrome Depresivo Estacional, propio de los países nórdicos y, sin ánimo de frivolizar o minusvalorar el proceso, dicen que la mejor de las terapias son los "baños de luz". Y puede ser. Al menos, en estas tierras de sur donde el sol se agradece, la luz nunca sobra, ir al campo los fines de semana es una bendita tradición y hacer vida social en la calle forma parte de nuestra cultura.