Soy de Badajoz de toda la vida, con suficientes conocimientos sobre la ciudad como para mantener una conversación. He leído, he estudiado, tengo una edad y tengo una opinión. Esto me capacita para querer a Badajoz como cualquiera. Ni más ni menos. Por tanto, rechazo a los arrogantes que miran por encima del hombro, a los engreídos que creen saber más que nadie y a los petulantes instalados en la faramalla bostezando dicterios e ignívomas espumas. Ya ven, uno se puede colocar también a su altura pretendiendo decir algo sin decir nada o sin que nadie lo entienda.

Con el asunto del Campillo está pasando igual. Veinte años atrás, pocos de los que hoy hablan habían subido alguna vez a esa zona abandonada y olvidada de Badajoz. Creo que algunos no sabían ni que existía. Es más: a muchos, les importaba un bledo. Jamás les escuché. He revisado hemerotecas y no he leído nada de ellos ni de sus ideas o reivindicaciones en los setenta, en los ochenta o, incluso, en los noventa. Salvo exiguas excepciones. ¿Eran jóvenes, estaban fuera, no habían nacido, vivían de espaldas al Campillo? El caso es que ahora les ha entrado un súbito interés a los sacapotras de turno ominando a todas horas el apocalipsis fuera, claro, de su supervisión. Con esto del Capillo está pasando como con el Cubo: el clamor popular que unos defienden contrasta con el desdén ciudadano que, por cierto, detestan y reprenden. Circula una encuesta que dice que el 82% de los pacenses no quieren que se tire el Cubo de la Alcazaba. Dirán los puristas que las sentencias están para cumplirse. Eso es aquí. En Barcelona y otros lugares y en algunos partidos suelen repetir que las sentencias solo se cumplen si estamos de acuerdo. Porque la ley emana del pueblo y no de los jueces ni de leyes redactadas por políticos corruptos. Esto lo he oído esta semana.

Volvamos al clamor popular. En mayo pasado, una convocatoria popular no reunió ni a cien personas pero aquello fue considerado como un consenso masivo contra el proyecto de recuperación iniciado por el Ayuntamiento. Solo con que hubieran ido los miembros de las candidaturas políticas de entonces habrían sumado más de 300. El clamor popular suele ser relativo. Como el interés ciudadano, que no debe confundirse con el personal. O el partidista, que es aún peor. No sé por qué pero si, como dice el refrán, no hay mejor que el sastre del Campillo, que cose de balde y pone el hilo, a qué viene tanto alboroto basado en mínimos consensos, poca perspectiva y demasiada insidia.