Hacía tiempo que no veía tanta unanimidad en el rechazo y asqueo generalizado ante una sentencia judicial como la conocida ayer (unas horas con respecto al momento en el que escribo ) en el llamado caso de La Manada.

Cuesta entender cómo tres magistrados a los que se les presupone, como mínimo, conocimientos y ecuanimidad, «no aprecian violencia e intimidación en la perpetración del ataque» cuando una chica de 18 años es acorralada por cinco energúmenos, algunos de ellos con antecedentes penales, que además se hacen llamar La Manada y que la someten a todo tipo de vejaciones sexuales y penetraciones. No hay violación, dice la Audiencia de Navarra, sino abuso sexual. Increíble.

Incluso uno de ellos, el magistrado Ricardo Javier González, emite un voto particular pidiendo, nada más y nada menos, que la absolución de los cinco acusados porque llega a decir algo así como que en el vídeo la chica no muestra dolor o miedo, e incluso se fija en «los ojos entornados», dice textualmente, de la víctima. Un hacha este juez.

La sentencia es indignante y peligrosa. Indignante porque a una chica le destrozan la vida dos veces: primero sus agresores y después quienes tenían que defenderla.

Y es peligrosa por el mensaje de impunidad que se traslada a la sociedad y la desconfianza que genera en nuestro sistema judicial. El manido pero absolutamente imprescindible «respeto a las decisiones judiciales», en estos casos se tambalea.

Ahora esta sentencia puede llegar hasta el Supremo. Será el momento de hacer justicia o de modificar definitivamente el Código Penal.