Hoy cumpliría mi madre ochenta y cinco años si no fuera porque no se nos fue hace cinco. Se fue en silencio, sin molestar, si llamar la atención pero en sus cumpleaños no era así. Porque cada año, cuando llegaba el dos de septiembre, le gustaba celebrarlo. Para ella, el solo hecho de cumplir años era una fiesta. Y trataba de que fuera una fiesta para los demás. Le gustaba recibir regalos pero también regalarnos una exquisita comida y una mejor tarta. Le gustaba que estuviéramos todos juntos pero también que no dejáramos de estarlo aun no siendo cumpleaños de nadie. Septiembre empezaba así: con el cumpleaños de mi madre. Y terminaba con el mío.

Entre medias, septiembre era ir a comprar los libros a Universitas, Colón o la Diocesana, allí metida a la entrada de la iglesia de San Juan Bautista, y los cuadernos a Zurbarán y el material escolar pues allí mismo o a Topaz, en fin, que septiembre era el regreso a las clases, empezar un nuevo curso, nuevos profesores, tal vez cambiar de colegio o instituto, nuevos amigos, experiencias diferentes, el final del verano, un año más el principio de todo. Porque parecía que la vida empezaba de nuevo. Que lo viejo se olvidaba, que lo nuevo abría las puertas de par en par y permitía que soñáramos con aventuras desconocidas hasta entonces. Junto a toda esa algarabía de la nueva etapa, mi madre hacía maravillas para que a mí no me faltara de nada y allí se ponía, manos a la obra, a forrar los libros de texto, a surtirme de libretas, reglas y bolígrafos, además de ropa y zapatos nuevos.

Mi madre era casi tan pesimista como yo aunque siempre tuve la sensación de que era una optimista muy bien informada. Vivió la guerra civil como una niña y padeció las pérdidas que todos padecieron por aquella matanza, sufrió la hambruna de la posguerra, la emigración de los cincuenta, la supervivencia de los sesenta y el desconcierto de los setenta. Pero nunca la vi desfallecer. Siempre tirando del carro. Siempre con una sonrisa. Sacando fuerzas aunque las fuerzas ya le faltaran. Hoy, que sería su cumpleaños, recuerdo tres cosas que repetía a menudo, tan apropiadas para estos tiempos de incertidumbre pero menos duros que los que le tocaron vivir a ella: sé feliz aunque no tengas nada porque siéndolo, lo tendrás todo; lucha por lo que quieres y cuando creas que ya has luchado lo suficiente, vuelve a intentarlo; y no dejes que la ingratitud, propia o ajena, te amargue la vida.