Todas las ciudades tienen algún rincón, --algunas incluso varios--, que provoca el sonrojo de sus vecinos y gobernantes. En Badajoz, ese rincón se llama Los Colorines, un lugar que quizás se llama así porque saca los colores a todo el que pasa por allí. Convertir eso en un barrio, al que lleguen todos los servicios y en el que reine la paz y la tranquilidad de sus habitantes, no es cosa de un día. No existen varitas mágicas, pero éste no es un problema reciente. Ahora que, a instancias de los vecinos, las distintas administraciones se reunirán para diseñar lo que han denominado un plan integral, debería tenerse en cuenta por parte de políticos y de ciudadanos que la solución a Los Colorines está antes que otras muchas cosas, antes que un museo del Carnaval, que un parador, e incluso, aunque nos pese, que una biblioteca nueva. Es algo que debemos reivindicar todos, porque nos afecta a todos. Si algo nos caracteriza a los pacenses es nuestra solidaridad. Al igual que lo hemos demostrado ante grandes catástrofes, ahora deberíamos demostrarlo con las pequeñas catástrofes personales que muchos vecinos nuestros viven a diario. Es triste ser un ciudadano europeo de Los Colorines.