Ni siquiera sabemos como se llamaba. Un "mote" pretendidamente gracioso de un defecto, quizás no buscado. Murió solo, como vivió. Entre tanta gente como hay en Badajoz, en España, en el Mundo, vino a morir solo. Ni siquiera como un perro, ahora que hay tantos protectores del bienestar de los animales. No alcanzo a comprender muchas cosas de nuestra Legislación. Si una persona se sube a un tejado o se asoma a un balcón y grita que quiere tirarse, allí acudirán medios de comunicación, policía, oenegés, voluntarios, cientodoces y un sinfín de personal con chalecos, eso sí reflectantes, de todo tipo de diseño.

Pero a los que vemos todos los días subir y bajar por las calles de San Juan y del Obispo, jovenes en su mayoría, deshauciados de la vida y presos de la droga, no podemos ayudarles. Si se niegan a ser ayudados no se puede intervenir. El derecho íntimo a decidir lo mejor para ellos, según dicen: ¡No podemos intervenir si no hay denuncia! ¡Se le recoge y en cuanto pueden piden el alta voluntaria!

¡Si se niegan a curarse no se les puede obligar! Son los argumentos que esgrimimos para lavar nuestras conciencias. Para tapar la cobardía de no atrevernos a levantar la voz contra la injusticia social, contra las desigualdades y contra la incultura. Y sobre todo contra la soledad del hombre.

Estamos consiguiendo acabar con la familia, que es el bastión último donde podríamos encontrar refugio contra la miseria moral y así nos va. Ninguna política social de ningún gobierno, por bienintencionada y millonaria que sea, puede combatir estos casos si no cuenta con una población sensibilizada y unos mecanismos jurídicos claros y fuertes para hacerles frente. y lo que es más importante el convencimiento general de que "lo que es bueno para el hormiguero es bueno para la hormiga pero lo que es bueno para la hormiga puede no ser bueno para el hormiguero". Yo creo que ya pasó la hora de preguntar ¿por quién doblan las campanas?.