Recuerdo una campaña que proponía a los gobernantes ponerse unos instantes en el lugar de quienes sufren alguna discapacidad física y les ofrecía recorrer la ciudad en silla de ruedas. También en Iberocio existe un juego en el que los niños se tapan los ojos y tienen que recorrer un tablero a oscuras, sólo ayudados por un bastón. No dejan de ser experimentos, porque si todos, aunque fuese sólo por un día, nos pusiésemos en el lugar de quienes intentan hacer una vida normal en un entorno que no siempre los trata como iguales, tal vez hiciésemos más por ayudarles.

Hace dos días nos presentaban los nuevos autobuses urbanos que recorrerán Badajoz. Con ellos se completa una flota accesible, en teoría. La intención no puede ser mejor y es plausible el interés por acabar con las barreras en el transporte público, pero a la hora de la verdad los usuarios habituales con movilidad reducida se quejan de que no siempre la rampa funciona, y tienen que esperar al autobús siguiente o hay coches aparcados junto a la plataforma de la parada e impiden al autobús acercarse. Como si ellos o su tiempo valiesen menos. Si no hay solidaridad, seguirá habiendo barreras.