Va terminando el verano. Acaban los días largos, la fiesta de los encuentros, el recuerdo de los proyectos, los descubrimientos. El verano es catarsis, un terminar para empezar de nuevo pero también es un comenzar a quién sabe dónde, un recorrer el mismo camino, un volver a morir en el mismo sitio. Pasan los días, las personas y la inminencia del otoño anuncia la caída de la hoja, el aguacero de tristeza que acabará por inundarlo todo. Las mismas caras, los mismos discursos, que si Badajoz no está limpio, que si el curso político, a ver cuándo lo de la Alcazaba, qué hay de lo mío, la carrera por salir antes, por ser mejor, por gritar más alto, el Guadiana que se esconde, algunos que se encienden, la vuelta al cole, el aquí no pasa nada, la derecha que no arrima el hombro, la izquierda agarrotada, los jóvenes que se marchan, el trabajo que se acaba, España no se rompe, los nacionalistas nos matan, fútbol, mucho fútbol, y esa sensación de vacío porque nada cambia. "Busco acaso un encuentro, canta Sabina , que me ilumine el día, y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden".

Es la espiral del silencio, el miedo al aislamiento, el terror infinito a sentirnos solos lo que nos sigue moviendo. Esa profunda necesidad que tenemos de participar en una ceremonia que nos parece un asco. No hay una rendija por donde entre el aire fresco. La familia, los amigos, el trabajo, los amores perdidos, las fotografías robadas, son canas en el pelo, huellas indelebles del paso del tiempo, acaso esperanzas mínimas, siempre atardeceres baldíos. Todo el mundo se estanca en su propio movimiento. No hay verdad ni razón ni emoción ni éxito más allá de sus cejas. Está claro el método: resistir en la incoherencia, disimular la inapetencia y negar, negar, negar hasta quedar sin aliento. Es la mirada vacua. Perdida. El edificio a medio acabar. O por empezar. La noche triste y fría.

Algunos lo llaman síndrome postvacacional. Otros creen que son manías. O peor: tonterías. Durero la dibujó atormentada y absorta, como sometida a los impulsos mientras, medio adormecida, eterniza una espera. Por mi parte, en este nuevo amanecer que ya no conmueve, "vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía-".