Ha dicho Fernández Vara, ante un foro de periodistas llegados de toda España y tras presumir de sus buenas relaciones con la prensa, que “ningún periodista tiene que pensar al escribir en lo que gusta o no gusta a determinadas personas. Informar libremente es necesario, sin poderes ni presiones”. La otra noche, tras el partido de fútbol entre el Español y el Atlético de Madrid, un periodista le preguntó, por enésima vez, a Griezmann sobre su futuro en el equipo colchonero y le dejó con la palabra en la boca. En un programa de radio le afeaban la conducta al jugador. Ambas circunstancias nos permiten hablar de los periodistas y sus relaciones, de los políticos y sus relaciones y de los futbolistas y sus relaciones. Resulta curioso que de lo que más se habla y escribe en este país es sobre política y fútbol. La agenda de los medios de comunicación y la de los periodistas está cuajadita de temas, nombres y referencias relacionadas con políticos y futbolistas. No hay que olvidar que el periódico más leído de España es el Marca y que es muy difícil informar y opinar sobre un trasplante de corazón pero resulta sencillo y gratificante hacerlo sobre políticos y futbolistas, donde una mala respuesta o acción es considerada como un triunfo y no como fracaso. Sin embargo, tengo la sensación de que estos dos binomios con el periodista como eje conductor no conducen más que a la melancolía. Los políticos jactándose siempre de su relación con la prensa -confundiendo prensa con periodistas- y hablando de informar -los periodistas no solo informan sino que también opinan, incluso, a veces, al mismo tiempo que informan-, los periodistas haciendo de depositarios de un tesoro que con demasiada frecuencia se devalúa por fobias y filias y los futbolistas en una relación amor-odio consentida. No valen simplismos para explicar unas sinergias siempre en carne viva y nunca dispuestas a la autocrítica. Todos son humanos aunque manejan influencia sin darse cuenta de que en el escenario de la esfera pública solo representan el papel que el momento les deja. Después llegan los eres, las depuraciones internas y los finales de carrera y descubrimos que la información, que no era patrimonio de nadie, sigue bajo sospecha. Y la triste cantinela de qué malo son los periodistas, qué malos los políticos y peor aún los futbolistas.