Recuerdo que en mi época de estudiante de Bachillerato, --en un instituto público--, todos los alumnos de la clase que asistíamos a la asignatura de religión recibíamos un sobresaliente. Sólo en determinados casos, cuando alguno de nosotros le hacía insoportable la existencia al sacerdote que impartía la asignatura, la nota descendía a un notable. A ninguno de los estudiantes, ni a sus padres, les sorprendía que sus hijos fueran brillantes en religión cuando algunos eran claros ejemplos de ´fracaso escolar´. A otros, esta nota le daba el empujoncito para pasar a final de curso de insuficiente a suficiente. Sin embargo, pocos llegamos a comprender qué era lo que se nos pretendía enseñar. Esto ha sucedido con numerosas generaciones. En mi época, era opcional, podías elegir entre religión o la cafetería, donde te lo pasabas mejor pero no repartían sobresalientes.

Después de tantos años seguimos engañándonos y engañando sobre esta asignatura. Se utiliza política e hipócritamente por unos y por otros cuando no es necesario plantearse, a estas alturas, que en un Estado laico la escuela pública debe ser laica. La religión es algo privado por muy sobresaliente que uno sea.