Más allá de la anécdota del primer teniente de alcalde de incógnito, cámara en ristre, espiando los desaguisados del mercadillo en Suerte de Saavedra, y sin que por muchos fallos que encontrase --que los hay--, se deba demonizar a los vendedores, sí que se les puede exigir el cumplimiento de las normas como a cualquier otro hijo de vecino. Los problemas que pudo comprobar el primer teniente de alcalde los vienen denunciando la asociación de vecinos de ese barrio desde hace años.

El mercadillo es una actividad popular que tiene un carácter social indiscutible y por ello habría que desechar intentos terminar con él de un plumazo, pues es un medio de vida para decenas de familias y un escape para el bolsillo de muchos pacenses.

Sin embargo, no es descabellado pensar en su traslado, también el de los martes, y de paso, su ordenación, tanto en materia de salud como de higiene, limpieza, seguridad y tráfico. Lo que no parece lógico es que todo un barrio sufra limitaciones de movimiento e incluso de atención en caso de urgencia, como ocurre ahora en Suerte de Saavedra. Por ello, el ayuntamiento a lo mejor debería buscar soluciones antes que culpables.