Desplegaba los planos del metro y recorría la ciudad en busca de los estrenos. Una geografía que hoy nos parece, precisamente, un escenario de sus películas: Ese Madrid de desangelados descampados, de garajes y ministeriales oficinas, que solo parecía poder salir de su monocorde rutina con los luminosos de la Gran Vía.

Fue por los programas dobles y la trashumancia por los cines de barrio, como se aprendió, Madrid y el cine, de memoria. Y se enamoró de ambos. Sus ojos tijereteaban de puro gusto al recordar el ritual de comprar el billete, y entrar en aquellos templos grandiosos, de escalinatas imponentes y butacas de terciopelo, donde la gente acudía arreglada y comentaba las escenas, los vestidos de la protagonista después, quizá en Chicote, cuando los restaurantes, y las calles, estaban vivas hasta la madrugada. Y contándolo, se detuvo, levantó la vista y sonrío.

Nos regaló, en un instante, la imagen de una sala a oscuras, el fogonazo de luz del proyector y el despliegue de cientos de historias que siguen formando parte de la nuestra.

Dentro y fuera, como una pantalla fronteriza entre la realidad y el sueño, tras la que escapar recorriendo las grandes llanuras que los centauros del desierto galopaban, intrépidos. Ríos rápidos, con orillas pantanosas de las que te salvaba, sujetándote por el talle, un ser que recorría la selva en una liana. Aeropuertos en la niebla desde donde despegaría para siempre la mujer de tu vida. París y el amor bailando bajo la lluvia. Aquella isla donde resonaban misteriosos golpes de tambor y el grito aterrado de una chica descubría un monstruo nunca imaginado. La nieve azul kodak cayendo sobre el hogar de Mujercitas. Las verdes praderas de Irlanda, donde el hombre tranquilo miraba de reojo a Maureen O´Hara, embelesado y rendido ante una tozudez parecida a la suya. Aquel hombre feo, fuerte y formal, que decía no superar la mirada de una mujer atravesando los campos, con el sol en su pelo, se nos coló en nuestra biografía, como tantos otros, acompañándonos en esta vida de verdad o de mentira, para no estar ya solos, en el país de nunca jamás.