Vuelve un año más el Carnaval, y con él resurgen de nuevo enfrentamientos banales entre distintos colectivos de la ciudad. No sé muy bien qué se esconde detrás de estas trifulcas, me imagino que como en todas algo tiene que ver el deseo de poder, el fanatismo, la política y, como no, el dinero. Aunque unos y otros se empeñen en justificar su posicionamiento en pro de la fiesta, la ciudad y los pacenses, no parece que sea así, al menos visto desde fuera.

Se han cambiado la barra del bar, el cuarto del amigo o la mesa de camilla donde surgían de forma espontánea los disfraces, las letras de las canciones y los chistes, por reuniones formales y mesas de negociación.

Al principio intenté entender los razonamientos de las asociaciones vecinales y de la Falcap, pero he desistido. Creo que todos deberían dedicar más tiempo a la reflexión y a la autocrítica, para averiguar por qué en las letras de las canciones ha ido desapareciendo el ingenio, por qué los trajes tienen que ser carísimos para ser bonitos y por qué cada vez más personas llegan al Carnaval estresadas. Luego, por favor, no llaméis traidores a los que se van de puente por Carnaval.