La historia es al mundo lo que la geología al inframundo. Los cataclísmicos sucesos subterráneos parecen reflejarse, con curiosa simetría, en lo que sucede en la superficie del planeta. La tectónica de placas, es decir, la geodinámica que origina los terremotos y las erupciones volcánicas, tiene su correspondencia en los grandes conflictos que sacuden también a los hombres. La energía acumulada en ese dificultoso puzzle de placas pétreas que es la litosfera, a causa del rozamiento y el solapamiento constante entre ellas, libera de pronto todo ese empuje dormido cuando termina el ciclo de su azarosa contención. Entonces se hunden las tierras, emergen las cordilleras y los volcanes, y ese temblor destruye todo lo que se yergue sobre la superficie.

En la historia de los hombres sucede algo parecido. La tectónica de placas humanas vive, con asombrosa regularidad, ciclos de tranquilidad y ciclos de convulsión. Ahora parece que uno de esos ciclos está llegando a su fin y dando entrada a otro diferente. En España, la placa catalanista está a punto de chocar con la españolista. Al mismo tiempo, la placa de la casta corrupta está en puertas de sufrir una embestida electoral por parte de la placa de la indignación ciudadana. En el viejo continente, la placa euroasiática está colisionando de nuevo con la occidental en la falla de Ucrania. En el cercano oriente, la placa del frágil orden establecido está siendo removida por la placa del Estado Islámico. En el oriente más lejano, la placa continental china está haciendo rechinar los extremos de las placas japonesa, vietnamita y filipina. Y en el ámbito planetario, la expansiva placa global china mide sus fuerzas con la decadente placa global norteamericana, en un colosal duelo de titanes que es el mayor que ha registrado la historia. En estos puntos de fricción histórica y política que hoy tienen lugar en nuestro país, en el continente, y en el mundo, sin mencionar otros menores, nos estamos jugando todos el futuro.

Lo que viene como consecuencia de eso son nuevos terremotos y erupciones. Al periodista le toca hacer en la sociedad la tarea del sismógrafo. Pero la catástrofe no la determina el sensor que la registra. Todo lo contrario, el sismógrafo avisa, dando la oportunidad de tomar medidas o de ponerse a salvo. Y, ojo, vienen terremotos.