La luz se solidifica, aguda sobre las puntas de las hojas. Las convierte en fruta escarchada. En los pétalos de cristal que adornan las diademas de las novias. El vaho escapa entre sus labios. Tan suaves al dar el último beso antes de salir de la cama. Pero resquebrajados ya, por el frío. Y aún así, felices de saber que, al final de la jornada, se curarán con un solo gesto, con el bálsamo de quien espera y se alegra de verla regresar a casa.

La calle la pueblan personajes encorvados que aceleran el paso. Se impacientan en la umbría detenida de los semáforos, que desaparece cuando alguien se aproxima y se intercambian los primeros saludos navideños, porque las sonrisas les abrigan durante el trayecto. El templete de la plaza está engalanado y el mercado huele a almendras garrapiñadas y a chocolate a la taza. Calienta las manos de quien se atreve a parar, despejando el mal humor que pesaba sobre sus hombros encogidos. Risas de niños llegan como un eco largo por el lateral del teatro, desatando las bufandas y el ceño fruncido de los que van a trabajar. Su parloteo se pierde camino a los belenes. Abriendo la mañana en dos. Partida por el sol blanco del mediodía. Se elevan también las conversaciones, pletóricas de encuentros, al salir de la confitería con paquetes blancos y lazadas encarnadas.

En el escaparate, las guirnaldas enmarcan cajitas de mazapán y bandejas de mantecados envueltos en papel de seda. Los mismos que cuando éramos pequeños llegaban a casa como un tesoro, inalcanzable hasta la hora de la merienda. La catedral está abierta. El músico de todas las mañanas entona a Bing Crosby y sus Whites Christmas. La tapa abierta de su saxo se va llenando de monedas. En la acera se exponen las novedades editoriales y hasta lo más distraídos son captados como por un imán, tocan los libros, los abren, reconfortados. Un coro ensaya y se cuelan sus voces en las oficinas, los ojos se apartan de las pantallas, búscandolas y. de repente, encontrándose. En Correos se forma una cola para entregar sobres abultados de regalos para los que están lejos, y tarjetas llenas de saudade. En los portales se van apilando paquetes para el Banco de Alimentos. Y nunca parece suficiente. Alguien que te quiere envía un fotograma de Qué bello es vivir con la carta del ángel «...recuerda que ningún hombre que tiene amigos es un fracaso. ¡Gracias por las alas!». La Luz alumbra diciembre.