TEtl romano pintado de plata permanece quieto. Durante el tiempo que lo observo, nadie le echa nada. Enfrente comienza la fila de puestos de ropa, bisutería artesanal y productos orientales. Es fin de semana y el paseo está concurrido.

Estoy de nuevo frente al mar. He vuelto a las inmediaciones de Cabo de Gata, los únicos parajes salvajes que quedan en las costas españolas. Hay que caminar para acceder a las playas y, mientras más recóndita es la cala en la que quieres reposar, más largo es el camino, subiendo y rodeando peladas lomas moteadas del apagado verde de la vegetación del desierto. Al final encuentras un espacio de arena y piedras bañado por un mar transparente.

De nuevo frente al mar. Deambulé por el paseo de la pequeña localidad costera. Había bastante gente caminando, parando en los puestos. El romano pintado de plata permanecía quieto, ni una vez el sonido de una moneda al caer en el platillo le permitió salir de su parálisis, desentumecer algo los músculos. Pasé y al cabo volví a pasar. Allí seguía, quieto el romano porque nadie activaba el mecanismo que lo pone en movimiento.

En la noche del lunes ya no estaba. La estatua de plata había desaparecido. Entendí que era un oficio de fin de semana, que iba y venía montado en la ola que, desde el interior, avanza cada viernes hacia la costa, y vuelve el domingo con el reflujo.

La quietud del romano y su platillo vacío no me proporciona elemento de juicio suficiente para hablar de cómo afecta la crisis en los veraneantes y, como no he realizado un verdadero trabajo de campo, no puedo decir si los paseantes compran más o menos en los puestos o, si a la hora de comer, se decantan mayoritariamente por el bocadillo en la playa. Yo no lo sé, pero sí parecen saberlo algunos dueños de bares y restaurantes que han puesto carteles anunciando precios de crisis, y, al menos, el propietario del hostal donde me alojo que esta temporada ha bajado hasta veinte euros el coste de la habitación.

Claro que el ajuste viene en lo pequeño; por ejemplo un precio desorbitado en las imprescindibles botellas de agua. Saben que o pasas por el aro o te pones cada mañana en la cola del camión cisterna.