Decía Gregorio Marañón que "aunque la verdad de los hechos resplandezca, siempre se batirán los hombres en la trinchera sutil de las interpretaciones". A punto de terminar la legislatura y concluido el frenético mes de marzo con evidentes muestras de visibilidad política por parte de todos, se inicia el proceso electoral con un mes de abril destinado a la calma que precede a tormenta y un mes de mayo que se anuncia como la madre de todas las batallas. Porque se trata de eso, de la tercera guerra mundial, de la guerra de guerrillas, de las trincheras, de un enfrentamiento donde no se admitirán prisioneros.

Hacía mucho tiempo que unas elecciones no se presentaban con tanta rabia contenida, con tanta mala baba cuajada de agresividad y violencia dialéctica, con tanto afán por ocultar las verdades, negar los hechos, dividir a los ejércitos y defender exclusivamente las interpretaciones. Hay quienes están interesados en plantear unas elecciones en lo ideológico, en los principios, pero nada más lejos de la realidad. Las próximas elecciones municipales y autonómicas no tienen nada que ver con la filosofía, la sociología o el interés ciudadano. No se trata tampoco de profundizar en la democracia -real y participativa, le llaman los catedráticos del pensamiento vintage que caen en la estupidez cuando apellidan a un sistema que no necesita accesorios-, plantear el noble ejercicio de la alternancia, entender la crítica o la opinión como contributiva o luchar contra un sistema con aristas sino de alcanzar el poder sin importar el precio, erosionar la convivencia sin pensar en las consecuencias y herir de muerte a las instituciones divirtiéndose con ello. Es lo que tiene participar en elecciones como quien va a una guerra, difundir discursos como si fueran virus y establecer criterios maniqueos como armas de destrucción masiva.

Después de tanto tiempo, no hay madurez política ni institucional ni democrática. Nadie respeta nada, la sociedad se divide en buenos, malos, mediocres y changabailes que desde el escaño, la pluma, el micrófono o el activismo disculpan en los propios lo que condenan en los otros. Y ese es el problema: el yo y el tú, los unos y los otros, nosotros y ellos, los tuyos y los míos. Trincheras de las que nadie escapa: políticos, periodistas, sindicalistas, anónimos y secundarios, advenedizos y espontáneos, porque el personal se cree preparado para la lucha, porque alardea de argumentos como para tener toda la razón, porque ninguno cree estar en un error. Trincheras que acabarán con todos.