La máquina administrativa de las universidades públicas es tan exacta y compleja, con sus fallos, que las discusiones sobre falsificación de documentos resultan inútiles por casi imposibles, si no tuvieran otra trascendencia más allá de la restringida a su ámbito específico. Se levanta acta de todo. Lo rutinaria que se quiera, pero acta. No hay un solo paso burocrático sin su correspondiente acta firmada. Sobre todo si hablamos de calificaciones y títulos. Porque el fin último de las universidades públicas, aparte de formar e investigar, es garantizar que los nombramientos emitidos se atienen a la normativa legal, poseen contenido técnico y son impartidos por profesionales competentes, garantes, con su firma, de la información que transmiten y de la justicia de sus calificaciones. La suma de todo eso certifica la calidad de un título. Demostrar que alguien miente y esgrime papeles falsos es tan fácil como mostrar un par de actas auténticas. Y, con la ofimática, más.

Otra cosa, hablo de la universidad Rey Juan Carlos -valiente nombre-, es el montaje político que subyace a la vulneración de los procedimientos establecidos que hemos visto estos días. Los que aseguran la legalidad mediante la igualdad. Lo que hay detrás es sólo una máquina de falsificar capacidades. ¿Para qué? Para inflar el nivel académico de quienes interesa -partidarios, claro-, facilitar su incrustación en el aparato del Estado y amarrar su fidelidad, clientelismo mediante, más allá del cambio de color garantizado por la alternancia electoral. Eso acaba por repercutir en el funcionamiento de muchos otros organismos públicos y es tanto más difícil de demostrar si una institución docente superior lo encubre. Expreso mi apoyo y confianza a todos los colegas que, día a día, sacan adelante la mentada universidad pública con mucho esfuerzo y a pesar de las limitaciones de todo orden, conocidas por el mundo docente universitario. Aunque de las elecciones de sus representantes sí sean responsables. Para bien o para mal. Y, en Madrid, soy partidario de la moción de censura, pero no me hago ilusiones, en caso de prosperar, con el candidato. Está muy capacitado, habla bien, convence con suavidad. Sin militancia.