Pasear por Badajoz estos días, y siempre, da la sensación de que debe tener ya en su haber, o estar a punto de alcanzarlo, el título de ciudad más sucia de España, y ni que decir tiene que de Portugal, un vecino que con todos sus problemas tiene el buen gusto de mantenerse limpio, en general, e impoluto en su mundo rural.

En numerosas ocasiones se ha tratado el problema de la suciedad de Badajoz, un mal endémico que no sabemos si su origen está en la falta de formación de sus vecinos, lo que de ser cierto tendría que haberse solucionado ya. O en la falta de capacidad de los gestores municipales, que parece evidente, y no es que sea culpa de la concejalía de la cosa, sino de la ausencia de política, de proyecto para resolver este problema y de decisiones económicas que superan con mucho a la gestión de un edil, poniendo en evidencia que gobernar es algo más que gestionar. O en que la degradación social imperante en las grandes ciudades, como otras muchas cosas, llega como fotocopia a las pequeñas con efectos mucho más visibles, con la premisa de que lo público debe ser destruido, un germen autodestructor para el que no se encuentra vacuna.