Los vikingos comenzaron siendo un peligro por ellos mismos, pero acabaron por ser uno más de los problemas con el que los monarcas omeyas de Qurtuba se encontraban en la costa atlántica, en el estrecho de Gibraltar y en el área más occidental del mar Mediterráneo. Y no el menor. A partir de 947 los fatimíes, que tampoco parecen haber mantenido unas relaciones muy amistosas con los normandos, comenzaron a disputar, también a los cordobeses, el control de un mar que éstos consideraban suyo. El dominio de lo que hoy es Marruecos convertían esa zona en una prioridad estratégica: salida al mar de los productos llegados del centro de África, algunos de ellos-oro- vitales para la economía de al-Andalus. Y la reacción fue crear lo que hoy llamaríamos departamentos marítimos. El amarre más occidental de la flota fue la actual ciudad portuguesa de Alcaçer do Sal, que los árabes llamaban Qasr Abi Danis, porque controlaba la población y su alfoz un clan beréber que, a juzgar por los nombramientos de gobernadores registrados por el historiador Ibn Hayyan, hubo de gozar de la confianza de los califas, por su fidelidad.

Y ésta fue la salida oficial al mar de la Marca Inferior. No el único puerto, claro. Y aquí residen algunas de las preguntas que nos hacemos respecto a la organización del reino taifa de Batalyús. ¿Por qué no se eligió Lisboa -Ushbuna- como sede de la flota? ¿Qué pasó con Alcaçer do Sal a la caída del califato de Córdoba? ¿Se mantuvo bajo la jurisdicción de Badajoz? ¿Por qué Lisboa pasó a ser el principal puerto del reino? ¿Qué papel jugaba el comercio marítimo en su economía? ¿Poseyeron los aftasíes alguna flota de guerra para seguir protegiendo su litoral contra los vikingos, habida cuenta de que los fatimíes habían trasladado el centro de sus dominios a El Cairo y ya no eran una amenaza? Y los nórdicos siguieron haciendo visitas a la hoy costa portuguesa. Alguna vez tendremos que abordar la investigación, para contestar a estas preguntas. La documentación escrita ya no da para más. Tendrá que ser la Arqueología, hecha por arqueólogos de verdad, la que venga en nuestra ayuda.