La felicidad, esa quimera. Un trozo de alma que se nos escapa de las manos. No hace falta ser Homero para creer que "no hay un ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven sobre la tierra". Nacemos, vivimos, morimos y nada nos alegra: ni los hijos, ni el éxito, ni el tiempo aprovechado, la soledad o la pareja. La vida es un recorrido a medias, una esponja rota, una esquela esperando su tinta, un amanecer tardío y el consuelo no llega por los recuerdos o los sueños, por una tarde fría frente al fuego o un beso robado en una esquina. Lope de Vega atinó: "-pero la vida es corta:/ Viviendo todo falta,/ Muriendo todo sobra".

Sobran los debates estériles, las sonrisas fingidas, las hipocresías sobrevenidas, las largas esperas, los púlpitos de verdades importadas, las amistades que no llegan, los relojes que no se paran. Y faltan miradas sin miedo, palabras sin ácido, abrazos humanos, ciudadanos en vez de correligionarios. Shakespeare en Macbeth: "-¡Apágate, apágate, breve cirio!/ La vida no es más que una sombra en marcha; un mal/ actor,/ Que se pavonea y se agita una hora en el escenario/ Y después no vuelve a saberse de él: es un cuento/ Contado por un idiota, lleno de ruido y de furia,/ Que no significa nada".

La vida es una locura, una búsqueda permanente de una felicidad que nunca llega. Es un caminar por las calles de la ciudad sin más rumbo que la luna y ya escribió André Malraux : "¿Para qué conquistar la luna, si no es para suicidarse allí?". Más allá del suicidio físico, guardado para los abismos, el moral, el político, el espiritual, el social. Cualquiera abre la boca, cualquiera escribe una idea, cualquiera se cree en el derecho o en el saber de levantar un proyecto, de dibujar un pensamiento. La infelicidad produce un asco que a su vez produce infelicidad en los demás. Ser feliz como una lombriz es el chiste fácil de las almas atormentadas. No hay felicidad sin trabajo, sin un capricho de vez en cuando, sin una ciudad que se está continuamente retando, sin una salud que respeta tus tiempos, sin un mañana con la bendita rutina de cualquier día de la semana.

François-René de Chateaubriand escribió: "Sin embargo, reconozco que amo la monotonía de los sentimientos de la vida; y si tuviese aún la locura de creer en la felicidad, la buscaría en la costumbre". La costumbre de vivir la vida como si fuese tu primer día.