Somos curiosos y algo morbosos. Han pasado ya trece años, pero el recuerdo lo tengo fresco en la memoria. Los días posteriores a la riada del año noventa y siete eran un constante ir y venir de ciudadanos de Badajoz atraídos por la tragedia. La zona afectada pasó a ser lugar preferido de paseo. Más de un vecino me expresó su malestar por la situación. Estaban angustiados, habían perdido negocios, casas y pertenencias, los que tenían algo que salvar luchaban contra el barro y se sentían como monos de feria, observados por desocupados paseantes. Es cierto que otros muchos pacenses les ayudaban, caladas las botas, en las tareas de limpieza, pero les molestaban los que iban hasta allí con el único propósito de pasar unas horas de asueto, de entretener el tiempo comprobando la desgracia que había caído sobre sus conciudadanos, viéndolos mientras intentaban poner un punto de normalidad en el entorno de sus vidas.

Me acordaba de ello cuando un vecino de la calle San Juan me contaba la cantidad de gente que había pasado por allí durante el fin de semana. Personas que quizás hacía años que no subían hasta esta parte de la ciudad, como también había muchas que seguramente nunca habrían ido al Cerro de Reyes en otras circunstancias. Pero estos días atrás, y a pesar de estar acotado por vallas, me cuenta el vecino que la calle se llenó de gente que iba y venía, saltándose la prohibición y pasando inconscientemente bajo el área apuntalada. Un trasiego constante de personas no precisamente jóvenes, para ver las fachadas apuntaladas, mirar entre sus grietas y ver la intimidad del interior que queda al descubierto.

Curiosidad, cierto morbo, y de paso recordar viejos tiempos, antiguos comercios o el paseo de los domingos por esa misma calle, entre las mismas fachadas y bajo los mismos balcones.

Así somos, nos atraen los siniestros, las desgracias, nos arremolinamos alrededor de un coche accidentado o lo más cerca que podemos de un incendio. Nos atraen las Zonas Cero.