La represión franquista condenó a muerte a 95 vecinos de Cáceres. De ellos, 4 fallecieron en prisión, 29 en aplicación de los bandos de guerra o ‘paseos’ (recibían un tiro en cualquier campo o carretera) y 62 fueron fusilados por piquetes militares entre 1936 y 1941. Casi una tercera parte de los que acabaron ante un pelotón (19) eran de Aldea Moret, y 16 de ellos llegaron a ser ejecutados en un solo día. Fue la mayor represalia contra un mismo colectivo. Estos mineros, en su mayoría padres de familia, que dejaron 17 viudas y más de 60 huérfanos, cometieron el delito de saber manejar la dinamita, una habilidad por la que se les relacionó con un posible golpe que se gestaba en Cáceres. Familiares e historiadores siguen sin encontrar indicios que confirmen ese extremo, pero se les juzgó y fusiló en menos de 24 horas. Sus testimonios se han perdido para siempre.

‘Los 19 de Aldea Moret’ fueron protagonistas de una historia de guerra y barbarie que también afectó a Cáceres, pese a que siempre se haya minimizado el impacto de la contienda en esta ciudad frente a la sangría de territorios vecinos como Badajoz. Quizás porque fueron menos víctimas, solo una minoría en aquel Cáceres de 29.232 habitantes. Sus historias han permanecido ocultas, sus viudas callaron, sus hermanos guardaron silencio, sus madres lloraron tras el umbral para no transmitir el rencor a la siguiente generación, para protegerla del miedo. «La represión no solo mató a las personas, mató sus testimonios y la memoria histórica», afirma José Hinojosa, historiador y profesor que investiga estos fusilamientos.

Para entenderlo hay que remontarse a la época. En 1936, fecha del levantamiento de Franco, Aldea Moret era un barrio singular, el mayor núcleo industrial de la provincia, «con un sindicato muy potente, bien organizado y ligado a los partidos de izquierdas», explica Hinojosa. Aquello no era nada extraño en plena República y estaba «en consonancia con el compromiso social y con las reivindicaciones obreras que han caracterizado a los mineros», subraya el historiador Julián Chaves en su obra titulada ‘Tragedia y represión en Navidad’.

Hubo además dos hechos muy significativos tras el golpe de Franco que crisparon el ambiente en la ciudad. Ese 18 de julio se celebraba el primer congreso del PC en Cáceres. Al enterarse del levantamiento, un grupo armado de las Juventudes Socialistas Unificadas salió de este encuentro, cogió una camioneta de reparto y se dirigió a la cárcel para evitar la liberación de los falangistas. Algunos de esos jóvenes resultaron heridos y acabaron fusilados. El segundo hecho ocurrió tres días después: un grupo de militares fue recibido a tiros en Aldea Moret, lo que puso al barrio en el punto de mira y provocó la condena a muerte de los primeros vecinos: Florentino Muñoz, alcalde pedáneo, de 62 años, y Juan Pérez, de 25. Murieron el 27 de diciembre de 1937, año y medio después de los hechos.

Casado y jubilado de los ferrocarriles, Florentino Muñoz estaba afiliado al PSOE desde 1920 y tenía una escuela para enseñar a los niños analfabetos, iniciativa que levantaba sospechas de adoctrinamiento. Juan Pérez era soltero, trabajaba como guarda y le faltaban las piernas por un accidente de tren. Lideraba las Juventudes Socialistas de la zona.

¿POR QUÉ OCURRIÓ? / Solo unos días más tarde serían llevados al campo de tiro del cuartel Infanta Isabel otros 16 mineros para correr la misma suerte, aunque en este caso ni siquiera tenían afiliación política. Todos salvo uno reconocieron pertenecer a UGT, a la Casa del Pueblo, una vinculación lógica en la época, pero ni ellos entonces, ni sus familias hoy, dan testimonio de actividad en ningún partido. Hinojosa afirma que ni siquiera era un grupo de personas analfabetas, muchos tenían formación y muy posiblemente inclinaciones de izquierda que no significaban más allá de eso. «La UGT contaba en Cáceres con cerca de 3.000 afiliados», recuerda. En cualquier caso, se les procesó por un episodio oscuro.

Cuenta el historiador Julián Chaves que aquel diciembre de 1937 se atrapó a Máximo Calvo, uno de los líderes del bando republicano en Extremadura. Murió al instante, pero se le encontraron documentos en su poder que fueron descifrados y transcritos por los militares. Uno de estos textos era un folio partido por la mitad y escrito a máquina que decía literalmente: «Los camaradas mineros de Aldea Moret con que podemos contar para la toma de Cáceres y que saben manejar la dinamita son los siguientes… (y se daban los 16 nombres)». Julián Chaves explica en su libro que estos mineros ni siquiera sabían que el dirigente comunista contaba con ellos, y menos que sus nombres figuraban en esos documentos determinantes para sus vidas. También opina que los militares añadieron la coletilla ‘toma de Cáceres’ para redundar en sus acusaciones.

Precisamente, algunos familiares sostienen que se les quitó del medio con esta excusa porque sabían manejar dinamita, una amenaza en tiempos de guerra. El historiador José Hinojosa considera que Máximo Calvo sí podría estar preparando alguna acción en Cáceres, puesto que era comandante de milicias y nº 2 de los guerrilleros republicanos en Extremadura, quizás contra la cárcel, para liberar a presos políticos. Por eso llevaría el listado de quienes controlaban los explosivos.

De hecho, los 16 mineros fueron arrestados solo un día después de la muerte de Máximo Calvo, el 28 de diciembre de 1937. Una semana más tarde, el 4 de enero, se reunió el consejo de guerra que los juzgó por el delito de rebelión militar. El procedimiento sumarísimo, facilitado por Hinojosa a este diario, resulta escalofriante. A ninguno de los acusados se les hicieron más de diez preguntas de puro trámite. Algunos estuvieron si acaso dos minutos ante el tribunal. A continuación reproducimos por ejemplo el interrogatorio a Sotero Parra:

--Preguntado: si sabe manejar la dinamita o algún otro explosivo.

--Dijo: que sí, que la dinamita.

--Preguntado: si conoce al cabecilla rojo Máximo Calvo o Tomás Crisólido.

--Dijo: que no.

--Preguntado: si se prestó con el referido cabecilla para la toma de Cáceres en el movimiento revolucionario que dirigía el citado Máximo.

--Dijo: que no señor.

--Preguntado: cómo se explica entonces que entre los documentos recogidos a Máximo Calvo figura una relación en la que figura él.

--Dijo: que lo ignora.

--Preguntado: qué más mineros se prestaron a servir al jefe rojo.

--Dijo: que ignora todo eso.

Pero es que los informes de antecedentes y conductas fueron más extravagantes. Como mucho, se les acusó de pertenencia a un partido y de acudir a sus actos. Así, el informe policial de Nicomedes González decía: «Observaba buena conducta moral, políticamente era socialista, habiendo asistido a todos los actos de tal carácter celebrados, y desplegado actividades a favor del partido». Con esta descripción y siete preguntas se le condenó a muerte. A otros se les acusó de que su moral «dejaba que desear», de «asiduo concurrente a la Casa del Pueblo de UGT», de «socialista avanzado» o de «afición al alcohol».

La sentencia fue inmediata. Les condenaron «como autores directos por los hechos aludidos y con las agravantes citadas a la pena de muerte». Los fusilaron en la víspera de Reyes, a las 7 de la mañana del 5 de enero. El piquete estaba formado por 20 guardias civiles, 10 guardias de asalto y 20 miembros de la milicia nacional. Sus familias no pudieron verles en todos los días anteriores, ni supieron el paradero de los cuerpos. Siete meses después se pasó por las armas a Antonio Vélez, de 27 años, hijo de Deogracias Vélez, fusilado en enero. Fue el último de ‘los 19 de Aldea Moret’.

Con el tiempo muchos familiares han sabido que los cuerpos estaban en la parte vieja del cementerio. José Hinojosa y Blanca Vila, heredera de una familia especialmente represaliada, tramitaron en 2010 la construcción de un memorial sobre la fosa común, aprobada por todos los grupos municipales. También crearon la Asociación Memorial en el Cementerio de Cáceres (Amececa), que bucea en el recuerdo de los represaliados para servir de bálsamo a sus familias.

Hoy, muchos vecinos de Aldea Moret visitan el monumento en homenaje a sus mayores, pero la ira y la venganza no forman parte de su relato, ni tampoco el discurso político. Solo un deseo: “Aquello no puede volver a pasar”.