Cáceres ha vivido durante más de un siglo de espaldas a Albéniz, cuyo paso por la ciudad es prácticamente desconocido por los cacereños. El magistral compositor y pianista vivió en la capital durante dos años y medio, del 29 de julio de 1869, recién cumplidos los 9, al 16 de noviembre de 1871. Ayer, el arquitecto Miguel Hurtado, biznieto del investigador Publio Hurtado, dio a conocer los detalles de la estancia del músico en Cáceres durante la presentación de un concierto organizado por el Consorcio 2016 para conmemorar el centenario del fallecimiento de Albéniz. Será el lunes, a las 20.30, en el aula de cultura Clavellinas, de Caja Extremadura, a cargo del pianista extremeño José María Duque, que interpretará Suite iberia , una de las cimas de las composiciones del artista.

Hurtado recordó que Angel Albéniz, funcionario de Hacienda y padre del pianista, llegó "desterrado" a un Cáceres que por entonces contaba con 15.000 habitantes. Su llegada a la ciudad se produjo tras su pertenencia a la masonería y su participación en la revolución de 1868 al lado del general Prim. Su situación de perdedor de la contienda lo obligan a dejar Barcelona, ir primero a Almería donde trabaja en la aduana del puerto y recalar finalmente en Cáceres donde encuentra un trabajo en Correos.

Estos datos no se hicieron públicos hasta el año 2000, coincidiendo con la publicación de Los recuerdos cacereños del siglo XIX , obra de Publio Hurtado. En sus textos, Hurtado recuerda cómo en casa de los Albéniz --no se detalla donde estaba situado el domicilio-- distintas familias se reunían a tocar el piano, el violonchelo y cantar desde arias de ópera a canciones populares. Así detalla Hurtado su recuerdo de Angel Albéniz: "Padre de dos jóvenes que valían un potosí, Clementina, señorita de 17 años, muy ilustrada y consumada pianista, y un arrapiezo de 10 u 11 años llamado Isaac, que era un prodigio de facultades musicales y en ejecución al piano".

Y continúa: "Las sonatas de Beethoven, las oberturas de Mendelssohn, las tocatas de Bach, las fantasías de óperas famosas como El perdón de Ploërmel y Lucia di Lammermoor y multitud de piezas de primer orden eran juguetes fáciles en sus manos, que las dominaba a la perfección, improvisaba cuanto se le pedía y con el tiempo llegó a ser el gran Isaac Albéniz, compositor de brillantes piezas de concierto, de universal renombre, quien no satisfecho con su envidiable fama como músico trató de hacer fortuna como empresario de compañías de ópera en los teatros de París, Londres y otras capitales europeas, ambición que la parca segó en la flor de su vida", una vida con pasado cacereño que este lunes volverá a recordarse en forma de maravilla al piano.