La Universidad Laboral cumple este año medio siglo y en ella todo sigue siendo mayúsculo: tiene 8 hectáreas de superficie y 3 construidas (30.000 metros cuadrados de edificaciones), de modo que un profesor puede caminar a diario unos 6 kilómetros en sus labores docentes. Está abierta las 24 horas los 365 días del año por su intensa actividad (incluye un internado) y ofrece instalaciones impensables en los centros de hoy: un salón de actos para 1.000 personas, un auditorio (500), una sala de juntas (150), dotaciones deportivas completas, entre ellas una pista de atletismo de competición y una piscina climatizada (la primera de Cáceres, hoy cerrada), los mejores laboratorios de la ciudad... Su vida siempre ha sido tan peculiar como sus instalaciones. Mocedades o Serrat llegaron a celebrar conciertos para sus alumnos, que alcanzaron los 5.000 por curso.

El grupo Jarcha tras un concierto en el recinto.

«Una directora general quiso conocer el centro al detalle y le dije que se trajera zapatillas deportivas. Comenzamos a las 8.45 y paramos a las 12.45 para tomar un descanso», relata su director, Andrés Talavero, a modo de anécdota. Pero es que la Universidad Laboral fue desde su origen tan grande por dentro como por fuera, y dejó una impronta en los que allí estudiaron: el orgullo de haber pertenecido a un centro avanzado en todos los sentidos, con un elevado nivel educativo que distinguía posteriormente a sus alumnos en las facultades.

Imagen de un certamen nacional de música.

Su historia es tan especial que el ayuntamiento ya incoa el expediente de concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad a la Universidad Laboral, con motivo de la celebración de su 50 aniversario. Comenzó a funcionar en 1967 como Universidad Hispanoamericana de Cáceres, luego sería Centro de Enseñanzas Integradas y hoy IES Universidad Laboral. En principio perteneció al Ministerio de Trabajo, que construyó instalaciones similares por el país sin escatimar en gastos.

El deporte siempre tuvo un gran peso en el programa formativo.

EL ALUMNO RECIBÍA TODO / «Las Universidades Laborales nacieron fruto de una causa tremendamente noble: dar la posibilidad de estudiar a alumnos que lo hubieran tenido imposible en sus circunstancias», explica el director. Adolescentes de entornos rurales e industriales, sin recursos en sus zonas, llegaron a estos centros donde les facilitaron todo: habitación, comida, uniforme, batas de laboratorio, estudios de alto nivel, el material escolar al completo e instalaciones de una calidad sin parangón.

Visita del ministro de Educación, José María Maravall.

El recinto se transformó muy pronto (1968) en femenino, ya que solo había una Universidad Laboral para chicas en Zaragoza que no daba abasto. Ese año hubo 600 internas en Cáceres, y a principios de los 70 se alcanzaron las 1.500 (cuando se hizo mixto, las cifras se dispararon aún más). Aquellas niñas llegaban de Cataluña, Galicia, País Vasco, Asturias y de numerosos destinos españoles incluido Canarias (el ministerio les sufragaba el avión). Sus padres eran en su mayoría mutualistas, por eso lograban plaza. «Pero estas alumnas tenían una exigencia muy alta en cuanto a rendimiento académico porque debían sacar notables para conservar la beca, y se esforzaban tremendamente en su juventud», explica María José Suárez, la docente del internado más veterana de la Universidad Laboral, que hizo de educadora, madre, profesora, orientadora, cuidadora y tantas cosas más para miles de chicas durante décadas.

El salón de actos con un aforo para mil personas.

«Entonces se daban dos situaciones excepcionales que yo creo que no se volverán a repetir: por un lado, los alumnos tenían cubiertas todas sus necesidades, eran conscientes de ello y además se comían los libros para dar lo mejor de sí; por otro lado, disponían de unos medios increíbles. Yo había estudiado Biología en Sevilla y cuando llegué aquí de profesor comprobé que había más medios que en la propia universidad», relata el director.

Actividades deportivas en el pabellón, muy amplio y con graderío.

Además, este alumnado «nos hacía sudar la camiseta a los profesores, nos llevábamos dudas por la tarde a casa, nos motivaban a trabajar los fines de semana para preparar las prácticas. Era unos estudiantes fantásticos con unas instalaciones extraordinarias y un profesorado muy entregado, con lo cual los resultados estaban servidos», subraya Andrés Talavero. «Los estudios de la tarde estaban regulados, las niñas no levantaban la cabeza, no había una voz más alta que otra. De madrugada nos las encontrábamos en los servicios estudiando con una manta y una linterna», recuerda María José Suárez.

Autoridades locales visitan el centro en los primeros tiempos.

más edificios, actividades... / La Laboral se fue ampliando con el edificio Norba, que albergó a 340 alumnas mayores de Oficialía Química e Ingeniería Física (el centro impartía estas enseñanzas además de Bachillerato). También se construyó el edificio Alameda, dónde están ahora los ciclos formativos de FP. Los muebles eran dignos de las mejores tiendas de decoración. El Ministerio de Trabajo seguía invirtiendo fondos y la Laboral rebosaba de actividades. «Vinieron a dar conciertos Mocedades o Serrat, también Luis Pastor en sus años jóvenes. Las alumnas se implicaban mucho con el folk, aprendían las canciones de Jarcha y otros grupos que cantaban aquí en directo, lo vivían intensamente», relata la educadora del internado.

Algunos profesores en la hora de la comida.

Eran jóvenes inquietas que además participaban mayoritariamente en las actividades extraordinarias que ofrecía la Laboral: teatro, música, manualidades, coro... Pero también comenzaron a organizar las primeras huelgas que preocupaban a los docentes, pero que eran el espejo de un país que empezaba a levantar la voz por sus derechos. «Protestaban por la calefacción, porque entendían que se necesitaba más presupuesto, se ponían pegatinas y hacía concentraciones, y los padres nos llamaban preocupados...», rememora la educadora.

Otro grupo en el que las estudiantes ponían toda su pasión.

Aquellas chicas de los primeros tiempos, hoy mujeres de más de 50 años, formaron una generación de oro que supo dar el paso desde las mentalidades más cerradas de sus entornos «hasta valerse por sí mismas gracias a sus estudios. Las educadoras siempre les insistíamos en que fueran independientes. El otro día nos llenaron de orgullo cuando vinieron 200 antiguas alumnas de los años 71-77 a reencontrarse en el centro», señala María José Suárez. «Físicas, catedráticas, doctoras..., unos expedientes sorprendentes», destaca el director. Mujeres al fin y al cabo que han abierto camino en sus sectores.

El teatro también formaba parte de la formación.

Carmen Díaz, hoy profesora de la Universidad de Santiago, formó parte de aquella promoción. «Fueron tiempos difíciles, muchas niñas llegaban allí con 11 años, sin los transportes de hoy, sin móviles, en un internado con cientos de alumnas donde permanecíamos meses sin ver a los padres, a cientos de kilómetros de nuestras casas», recuerda. «Era una época dura, aún en la dictadura, con un régimen estricto, pero tuvimos un profesorado excepcional que nos ayudó mucho a tirar hacia adelante, a crearnos una conciencia crítica con todo lo que nos rodeaba, a luchar por nuestras reivindicaciones. Nos dejó huella. Moriremos siendo laborales», afirma.

El centro siguió creciendo y se hizo mixto. Además de internos acogía a miles de alumnos de la propia ciudad. Raquel Sánchez fue una de aquellas cacereñas que cursaron BUP y COU en los años 80: ««Teníamos las mejores instalaciones deportivas y laboratorios de ciencias, incluso un autobús directo al centro. Por ejemplo, nos daban la opción de aprender natación y cocina, impensable en otros institutos. La Laboral te garantizaba un nivelazo para selectividad y había grandes profesores», subraya. Pero lo mejor era la Paranoia, «una fiesta en la que imitábamos a cantantes conocidos para financiarnos el viaje de fin de curso. La preparábamos a conciencia, los profesores nos ayudaban y utilizábamos los instrumentos y los espacios del centro. La abríamos a toda la ciudad», recuerda.

LA LABORAL, HOY / Actualmente, el IES Universidad Laboral mantiene su internado (80 alumnos), que vuelve a crecer por la diversidad de enseñanzas de este centro y porque pueden alojarse alumnos de otras enseñanzas. Imparte ESO, todos los bachilleratos salvo el artístico y diversos ciclos de FP: Cocina, Sala, Dirección de Cocina, Guías Turísticos, Alojamientos Turísticos, Obras de Interior, Proyectos de Edificación de Obra Civil, Confección y Piel, Patronaje y Moda, Instalación de Frío y Calor, Prevención de Riesgos Profesionales, Soldadura.... En total alberga 1.300 alumnos y 200 trabajadores entre profesorado (114), educadores, personal de cocina y mantenimiento, servicios médicos...

Pero el centro tiene capacidad para más actividades y alumnos. De hecho, la Consejería de Educación estudia el traslado del Conservatorio de Música y del Centro de Profesores y Recursos a sus dependencias, y el próximo año, según explica el director, el ayuntamiento pondrá un autobús desde Mejostilla y la zona norte cacereña para facilitar la llegada de más alumnos a su amplia gama de enseñanzas. «Esto es un Titánic con muchas posibilidades, es verdad que exige reformas en cubiertas y en otras zonas, que su mantenimiento nos lleva muchas horas de trabajo, pero lo hacemos desde la ilusión y el cariño», explica el director. La Laboral fue única..., y puede que lo siga siendo.