Vivían en la ladera oriental del casco antiguo, en la zona más difícil y escarpada, con sus propias leyes, sus ritos, sus matarifes, su consejo de sabios... Al atardecer cerraban las puertas, nadie podía acceder al interior. Era la vieja aljama o judería cacereña, un singular rincón blanco y escarpado que hoy recuerda la presencia de aquellas 130 familias que habitaron el concejo en el siglo XV (época de máxima población hebrea). Esas mismas calles fueron recorridas ayer por decenas de personas que quisieron ver de cerca la huella judaica, con motivo de la séptima jornada europea dedicada a esta cultura.

Cáceres, Hervás y Plasencia, miembros de la Red de Juderías Caminos de Sefarad, se sumaron ayer al homenaje, celebrado en 30 países. El edil cacereño de Turismo, Manuel Rodríguez Cancho, dio la bienvenida a las 150 personas que acudieron al itinerario por las juderías vieja y nueva de la capital, un número inferior a otros años debido quizás al calor (37 grados a media mañana) y a la cita con el básket. Aun así, turistas y ciudadanos de todas las edades hicieron acopio de agua y planos para pasear por una historia llena de miseria y riqueza, de religión y misterio.

Existe constancia de la presencia de los judíos en Cáceres al menos desde la reconquista de la ciudad, en 1229. Cuando se abrió el recinto amurallado, muchos de ellos se instalaron en el interior, pero en la zona más accidentada, ya que los mejores terrenos, parte alta y oriental, estaban ocupados por los cristianos y los edificios nobles. "Los judíos levantaron sus casas en torno a la sinagoga, hoy ermita de San Antonio, aunque muchos debieron seguir vivienda fuera de la muralla. En el siglo XV se calcula que eran 500, cifra importante para un concejo de 2.000 habitantes", recordaba ayer el guía Marcos Mangut.

Se dedicaban a la agricultura, al comercio, a la artesanía, al curtido de pieles... Pero también a la usura (prohibida para el cristiano), a recabar impuestos, a la administración y a la medicina. Algunos lograron privilegios entre los reyes, incluso pagaron sus guerras. Y si por estas razones la relación con los cristianos no era buena, a partir del año 1.391, con la matanza de 5.000 judíos en España, todo empeoró.

En Cáceres no eran tan poderosos. Vivían en inmuebles de dos plantas con tres espacios: casa, zaguán (tienda o taller) y huerto. Comían carnes puras de aves y rumiantes bajo la estricta cocina cosher , y celebraban tres ritos en la sinagoga: circuncisión, bodas y entierros. El cementerio, según Mangut, pudo estar junto a San Marquino.

Un traslado forzoso

Así era la vieja judería, hoy barrio de San Antonio, pero en 1470 Alfonso Golfín compró todo su terreno y les obligó a trasladarse a la judería nueva (actual calle De la Cruz, Ríos Verdes, Concepción...), un gueto organizado alrededor de otra sinagoga que después ocupó la ermita de la Cruz, hoy incluida en el Palacio de la Isla.

El itinerario de ayer finalizó en este punto. Los asistentes también recibieron un CD de música sefardí con dos ilustraciones de Hervás (el ayuntamiento excusó el error al no aparecer ninguna de Cáceres). También Plasencia organizó un recorrido por la judería y el cementerio del Berrocal, aunque los 41 grados a media tarde depararon una floja asistencia de solo 11 personas guiadas por Mercedes Orantos.