En la ciudad feliz , si en el café o en el trabajo alguien habla de Curra Corrales, de Pérez de las Heras o de Garlito-Gibello y Bernal (apellidos muy cacereños, pero ficticios), todo el mundo asiente como si fueran de la familia. Pero a veces, surge una voz mitad tímida, mitad sacrílega, que pregunta: "¿Y esa quién es?". Y se armó.

"No me digas que no conoces a Curra Corrales, pero si es la mujer de Higinio Cordero, el otorrino, que sí hombre, que juega al pádel todas las tardes en el club... Pero bueno, no seas despistado porque tú la tienes que conocer, ¿pero cómo no la vas a conocer si es de Cáceres de toda la vida?", te sueltan a bocajarro, entre aspavientos indignados. Y tú, que no tienes ni idea de quién es Curra Corrales, ni has visitado a ningún otorrino, ni has jugado nunca al pádel y el único club al que perteneces es el Círculo de Lectores, pues nada, chaval, que te sientes un parias, un marginal y un imbécil.

Tu madre se indigna

Las cosas en la ciudad feliz son así: o conoces, o te conocen, o mejor te exilias porque tienes muy crudo lo de ser alguien. Y no digamos nada si no le sigues el juego a tu madre. "Pues ayer me crucé con Pérez de las Heras y estuvo encantador", te comenta. Y tú, que esa tarde vas de estupendo, le sueltas que si es un ligue nuevo del Gran Café. Y ella se indigna y lamenta tener un hijo tan idiota: "Pérez de las Heras, el inspector de trabajo... ¡Parece mentira que seas de Cáceres!".

En los barrios castizos de Aguas Vivas, San Blas o San Francisco, se sigue estilando lo de preguntar y tú de quién eres. La cuestión no es baladí porque en la ciudad feliz , como no seas de nadie, lo tienes crudo: te conviertes en un sospechoso sin antecedentes y en provincias, ya se sabe, o te sitúan o te apartan.

A los cacereños les encanta indagar en tus orígenes, escarbar en tus relaciones, investigar toda tu parentela hasta que se hace la luz, encuentran un conocido y todo solucionado: entras a formar parte de la tribu y se te abren todas las puertas.

"Pero hombre, ¿cómo no me has dicho antes que eras hijo de Marcelino Pérez. A ti, no, pero a tu padre, mucho... Anda que no conocía yo a tu padre, menudos bailes nos hemos echado en La Rosa". Y ya está, has dejado de ser sospechoso. A ti, no, pero a tu padre, mucho. Esa frase es un salvoconducto que abre la espita de los favores, del cariño, del respeto...

Claro que siempre hay alguien que duda. "¿Marcelino Pérez... Pues quién es Marcelino Pérez?". Y recomienza el juego de las extrañezas superlativas: "Que sí, mujer, que tú lo tienes que conocer, ¿pero cómo no lo vas a conocer si es el primo de Curra Corrales, la que se casó con Higinio Cordero?". Y mujer cae en la cuenta y todos contentos: "¡Ah, sí, Curra Corrales! A ella, no, pero a su padre, mucho".