El sábado pasado tocaron los Funkenstein en El Corral de las Cigüeñas y el lleno fue tal que tuvieron que cerrar las puertas. Ha llegado el verano y Cáceres es más aburrida que una pescadilla de régimen. El caso es que los cacereños aún no se han ido en masa. La ciudad feliz está repleta de gente, al menos hasta finales de mes, pero para los rectores culturales parece que ya se ha acabado la temporada.

Los cines proyectan 16 películas esta semana. De ellas, 13 son para niños y adolescentes y las otras tres llevan más de un mes en cartel. En cuanto cae el telón del festival de teatro, se echa el cierre a los espectáculos y a la cultura. Parece como si a los cacereños, entre junio y septiembre, les bastara para divertirse con un tinto de verano y una ración de patatas bravas. Y claro, a alguien se le ocurre programar a los Funkenstein y no se cabe.

Cartas tristes al director

El verano en la ciudad feliz es muy peligroso. Como ya no hay entretenimientos, la ciudadanía, pasado el primer tirón de las rebajas, empieza a pensar y a fijarse. Es como si nos quitaran el opio del pueblo y reparáramos en la cruda realidad. Si a ello unimos la desaparición del Cáceres CB y las odiosas comparaciones con otras ciudades, se entenderá esa plaga de cartas al director que llenan cada día EL PERIODICO EXTREMADURA de lágrimas y pena negra.

La ciudad feliz se deprime, se deja embargar por el tono vital bajo y el pesimismo colectivo. Después llegan los hijos jóvenes y no paran de lamentarse: "Pero si es que te lo pasas mejor en Casar de Cáceres y hasta en Valdesalor que aquí". Y tienen razón. En 20 meses, Cáceres ha pasado de ser la capital más atractiva y divertida de la región a convertirse en un muermo lamentable. Llega el sábado y hay cola delante del padre para pedirle un paga extra y emigrar a Salamanca, a Jaraíz o a Matrix, esa discoteca de moda de Villanueva de la Serena donde se hacen Los 40 para toda España.

Después están las malditas comparaciones. En Plasencia acaban de inaugurar una pista de verano con autopull (barrilitos de cerveza self service ) y actuaciones en directo que arrasa. En Badajoz, entre el casino y el bingo, los mayores están entretenidísimos. En Mérida, el festival de teatro clásico llena la ciudad cada noche y en Cáceres... Bueno, en San Marquino hubo la otra tarde una carrera de cerditos muy emocionante.

Fíjense cómo estará la cosa de mal que hasta Ibarra, que es un águila diagnosticando, se ha dado cuenta de que el tono vital cacereño anda por los suelos y la otra tarde prometió en Villafranca un proyecto empresarial que va a ser la repera.

Y aún no estamos en agosto, que este año puede ser terrorífico. Cáceres, en agosto, es cualquier cosa menos feliz. Cáceres, en agosto, escapa de sí mismo. Sólo se quedan aquí quienes no tienen más remedio, los pringaos que piden las vacaciones en último lugar en el trabajo y el concejal de guardia.

Lo cierto es que Plasencia, en verano, sabe atraer a los emigrantes que retornan a los pueblos de la comarca con actividades, conciertos y locales imaginativos. En Badajoz han organizado un ciclo de música de los 70 y de teatro, algo casposo, es verdad, pero que entretiene mucho la noche canicular. Además, los nuevos locales del río y la terraza del López de Ayala son una opción que anima a salir de casa.

En la ciudad feliz nos salvamos gracias al Eroski y al mercadillo de los miércoles, que atraen a miles de visitantes y dan algo de vida. Si no fuera por ellos, Cáceres, en verano, parecería un pueblo semiabandonado del alto Aragón. A la espera de novedades, seguiremos peregrinando cada noche, de terraza en terraza, en busca de la mejor ración de morcilla, escuchando a los Funkenstein y escribiendo cartas tristes y emotivas a EL PERIODICO.